lunes, 22 de noviembre de 2010

Crisis y autogobierno. En un mundo que necesita cooperación, los nacionalistas piden un espacio propio en el que ahogarse

Josep Borrell (El Periódico de Catalunya)

Tema: Elecciones

De una campaña electoral se espera que encauce racionalmente las emociones colectivas y proponga políticas que los ciudadanos puedan valorar y elegir. Todo lo contrario de esa muestra sublime de la patología de la queja que consiste en acusar a la Agencia Tributaria de ensañarse con los catalanes mientras deja que Andalucía se convierta en un paraíso fiscal. Lo contrario también del discurso xenófobo que convierte a los inmigrantes en el chivo expiatorio de nuestros problemas. Cuidado porque se puede acabar imitando a la Republica Checa, a la que el Tribunal de Derechos Humanos acaba de condenar por matricular obligatoriamente a los niños gitanos en escuelas para discapacitados mentales.

No sólo por aquí se manipula la visceralidad para conseguir réditos electorales. Al calor de la crisis y el temor a la globalización, en toda Europa resurgen la reacción identitaria y los nacionalismos populistas. Pero mientras la riqueza mundial siga tan mal repartida y las demografías tan diferentes, la inmigración seguirá aumentando y los países más envejecidos la necesitarán (la necesitaremos) cada vez más. Criminalizar a los emigrantes no hará sino poner en peligro la cohesión social. Asimilar la nueva inmigración sin pérdida de identidad, en una Catalunya en la que ya supera el 15 %, será el gran reto de los próximos gobiernos. Hay que escoger a las personas y al partido más capaz de llevar a cabo esa tarea. Y el PSC lleva en eso ventaja porque ha creado la argamasa social gracias a la cual Catalunya ha fortalecido su identidad evitando partirse en dos mitades.

En la inmigración se reflejan los dos grandes temas de estas elecciones: el futuro del autogobierno y la clase de sociedad que queremos construir para salir de la crisis repartiendo con equidad sus costes. Son los dos ejes, el identitario y el derecha-izquierda, sobre los que se define la política en Catalunya. En la lógica política del 2003, con todos sus socios empeñados pragmáticamente en mejorar el Estatut, la financiación y el desarrollo social, el tripartito tenía su razón de ser. Pero, con los planteamientos que hoy se hacen, ya no es tan seguro que no fuese un pacto contra natura. Y por eso hace bien el president Montilla en no querer reeditarlo, aunque pudiera.

A pesar de todos los pesares, que no han sido pocos, en lo que a políticas sociales se refiere, el Govern de Montilla ha sido mejor que cualquiera de los de Pujol. Catalunya ha vivido un importante salto demográfico y los servicios públicos no se han colapsado, lo que ya es mucho. Sin ese énfasis en las políticas sociales, que no hubiera tenido ni tendrá un Govern de CiU, la situación sería de crisis profunda.

A pesar de todos los pesares, que no han sido pocos, el tripartito ha dado en el autogobierno un salto mucho más importante de lo que se dice y, a pesar de la sentencia del Estatut, la financiación autonómica ha mejorado y responde a una lógica más federal, y se ha invertido más que nunca en infraestructuras, educación, sanidad y barrios.

Pero estas son ya aguas pasadas. Sólo el PSC o CiU podrían mover el molino de mañana. Por eso ahora hay que analizar el contraste entre sus propuestas. En términos económicos, las propuestas de Mas parecen inspiradas en el pensamiento neoliberal que se está aplicando en el Reino Unido dejando pequeña a Thatcher. Rebajas de impuestos y drásticas reducciones de los servicios públicos y de las políticas sociales. Menos esfuerzo colectivo y que cada cual se apañe como pueda.

El PSC propone reformas para hacer la economía más sólida: más y mejor educación, innovación, infraestructuras, ayudas a la recualificación de los trabajadores y a la competitividad de las empresas. Y mantenimiento de las políticas sociales para garantizar la cohesión. Todo eso hay que pagarlo y por eso no propone rebajas de impuestos.

En autogobierno, las diferencias son aún más claras. Mas considera que el autogobierno de Catalunya ya no tiene cabida en España y por eso votaría sí en un referendo por la independencia, pero dice que ahora no porque lo perdería. Reclama el concierto económico, de naturaleza confederal, con un aire de Liga Norte italiana, convirtiendo la relación con España en un mero mercado de intereses sin lugar para lazos humanos ni proyectos compartidos.

En un mundo que necesita más proyectos comunes y reclama más cooperación, los nacionalistas siguen cultivando el mito de un espacio propio en el que ahogarse. El mito de la independencia en un mundo vertebrado por las interdependencias que nos vinculan.

Montilla y el PSC mantienen la defensa del Estatut, el pacto constitucional y la evolución federal del Estado autonómico. No quieren propuestas inviables que solo generan frustración, ni falsos atajos ni pasos atrás. No quieren ser como los que hablan como De Gaulle y se comportan como Petain. No quieren referendos soberanistas que solo conducirían a una grave división interna.

Montilla explica claramente sus posiciones. Esta vez Mas no ha ido a ver al notario, con lo que no sabemos si pactaría con el PP o con ERC. Lo que sí sabemos es que el resultado de estas elecciones marcará el rumbo de una generación

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