lunes, 22 de noviembre de 2010

El destino de las hojas muertas

Joan Barril (El Periódico de Catalunya)

Tema: Cultura

Esta ha sido una semana ventosa. Una semana de cielos claros y de sombras definidas. Pero también ha sido una semana que ha tapizado los suelos de hojarasca. Los ciegos notan la llegada del otoño por el crujir de sus pasos sobre las aceras. Las trabajadoras de la limpieza urbana salen con sus escobas como brujas buenas. El oficio de barrendero tiene algo de epopeya mitológica, como los atlantes, que fueron castigados por Cronos a labores imposibles. Semidioses condenados a hacer subir una enorme peña hasta la cresta de la montaña sabiendo que cuando falten pocos metros la piedra resbalará y regresará al valle. O la tarea ímproba de limpiar los establos de Augías, a los que se conseguía limpiar durante todo el día pero que a la mañana siguiente volvían a estar llenos de estiércol. O el árbol frutal que ofrecía sus frutos sobre el condenado y cuando este rozaba las ramas, el viento se llevaba el árbol un poco más lejos.

Los mayores del lugar conocen la figura del barrendero por las tarjetas con las que pedían el aguinaldo por Navidad. Hoy, esos mismos barrenderos llevan sus pequeños camiones hacia el depósito de Poblenou y ahí montan una larga cola para vaciar el contenido de papeleras y las hojas de las aceras. Es una tendencia curiosa la de las hojas muertas. Las ciudades se van poblando de árboles, pero en cuanto los árboles dejan caer sus hojas para dar la bienvenida al frío, esas hojas son recogidas y rechazadas. Queda claro que el arbolado de las ciudades solo es para el verano. Quisimos traer la naturaleza a la ciudad, pero a la hora de la verdad la naturaleza es pura basura. De los árboles no nos interesan las hojas del otoño sino solo la sombra veraniega. La cosecha de hojas sobre las aceras debe ser un accidente de las estaciones. Luego protestamos cuando por Navidad el ayuntamiento instala abetos de plástico por las calles, pero la verdad es que tampoco demostramos una gran adoración por esas alfombras naturales que suenan a Satie y que nos recuerdan que los setos que están recién cortados siempre huelen a siglo XIX.

- Paleta cromática.

Otra cosa son las hojas en el campo. Aquí no se llega a la veneración que los norteamericanos sienten ante la época del follaje multicolor de arces y de robles, pero la paleta cromática de nuestros montes es un verdadero placer para la vista. Lo saben los urbanitas que cada fin de semana se introducen en la Fageda d'en Jordà, cerca de Olot, para dejar que los pies vayan abriendo surcos en los estratos de las hojas recién caídas y de las hojas húmedas del otoño pasado.

Algo hay en esos rastros de la naturaleza que nos lleva al escalofrío sin necesidad de frío. De la misma manera que la Navidad disfruta con sus eternos villancicos, también el otoño podría recuperar una preciosa canción con letra de Jacques Prévert llamada Las hojas muertas y que fue versionada desde Piaf y Montand hasta Miles Davis. La vida del mundo se va renovando cada año y de la muerte de los árboles renacen otras y nuevas esperanzas. Pero en la ciudad, esas hojas muertas se van directamente al cementerio.

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