lunes, 22 de noviembre de 2010

¿Y si nadie gana? Excepto si vence con comodidad, todo resultado será un problema y un dilema para CiU en Madrid

Antón Losada (El Periódico de Catalunya)

Tema: Elecciones

Como todo en la vida, el éxito o fracaso en unas elecciones es más una cuestión de expectativas que de comparativas respecto de resultados anteriores. Aunque en la noche electoral todos bailen de un criterio a otro según les convenga, el que de verdad importa se refiere a la cosecha de votos aguardada, no a la recogida cuatro años atrás. Lanzada la campaña y con los primeros sondeos en la mano, Convergència i Unió compite contra sí misma; los socialistas, para evitar su particular El Álamo; los otros, para ser socios del tripartito y no morir en el intento, y el PP, para habilitarse de una vez como alternativa inexorable al zapaterismo.

Para proclamarse ganadores como esperan, CiU debería conseguir una mayoría suficiente para gobernar en solitario; los socialistas, poder argumentar que se perdió la Generalitat por el derrumbe de sus aliados; los socios, poder culpar al president Montilla, y los populares, hacer creíble que, en unos comicios estatales, sumarían los votos imprescindibles para gobernar en España. La demoscopia dice hoy que tal ecuación puede acontecer. Sería el primer acto de un melodrama tan anunciado por muchos como deseado por otros. El segundo episodio lo escribirían unas municipales y autonómicas donde los populares confirmarían su estrella de vencedores inevitables, los socialistas seguirían empaquetando sus cosas para abandonar el poder y los nacionalistas apostarían para ser decisivos. Pero las mismas encuestas permiten sostener también que incluso tanto o más probable resulta otro escenario, donde nadie satisface sus expectativas, lo que obligaría a los principales actores de nuestra sufrida política a aprenderse nuevos diálogos y ensayar nuevas escenas, como parte de un guión aún a medio escribir y con un final abierto.

Todos los resultados probables son malos para los socialistas. Un desplome en votos y escaños dejaría al presidente Zapatero tocado e inerme, al haber jugado ya la carta de un cambio de Gobierno contundente. Aguantar lo suficiente reabriría el inquietante dilema de reeditar o no el tripartito. Caer lo justo y endosar a otros la restauración convergente es el mal menor. Tanto por evitar el engorro interno de otro tripartito como porque habilitaría un escenario lleno de posibilidades en la política estatal. Todo volvería a ser posible. Desde la perspectiva de pactar con el PNV en Madrid y dejar gobernar a CiU hasta la opción de atender la demanda de coaliciones de gobierno transversales, tan mayoritaria entre vascos y catalanes. Sea cual fuere la elección, en todas yace un elemento común: el malo siempre es, o cuando menos lo parece, el PP. Por eso siempre acaba solo.

La derecha de Mariano Rajoy parece convencida, por fin, de que el carpetovetónico discurso del Catalunya nos mata ya no renta, ni siquiera a corto plazo. Su mensaje se orienta ahora más hacia distinguir a Catalunya como lo más moderno y europeo que tenemos. De ahí su importación, un tanto forzada, del inflamable discurso de la derecha europea que usa como eje la mano dura contra la inmigración. Para ganar, al PP solo le vale subir de manera clara en votos y escaños. Repetir resultados daría oxígeno a Zapatero. El crecimiento en Catalunya se ha comprobado indispensable para ganar en votos a los socialistas en unas generales. Además, necesita crecer para condicionar el hipotético futuro de Artur Mas al frente de la Generalitat y espantar su aparente soledad. Los populares precisan despejar dos dudas que afectan a su credibilidad como alternativa mientras apuntalan las opciones de recuperación del rival. La primera nace de la constatada incapacidad del PP para sumar otros votos que no sean aquellos que ya son suyos, especialmente ese votante moderado o con visiones más plurales del Estado. La segunda incertidumbre la conforman sus dificultades extremas para encontrar socios que no le nieguen a diario tras un previsible triunfo sin mayoría absoluta.

Salvo una mayoría cómoda para mandar en solitario, cualquier resultado supone un problema y un dilema para Convergència. O escoger el desgaste que supone andar en tratos con un Zapatero en sus horas más sombrías, donde parece convertir en desdicha todo lo que toca, o elegir volver a empezar el calvario que supuso el desgaste traído por el pacto con Aznar, una maldición que consumió dos elecciones conjurar. Puede que el concepto de geometría variable que tanto éxito y críticas ha cosechado en Madrid esté a punto de arrancar una nueva temporada en Barcelona, con más revuelo y jolgorio incluso.

Pero entre todas las paradojas, ninguna tan cruel como la que pueden acabar soportando ICV y ERC. Empujados a la irrelevancia política en Catalunya y Madrid si no conservan sus lindes actuales, padecerían la ironía de ver cómo la derecha española y el nacionalismo conservador recogen, sin gran esfuerzo, los frutos de su esforzado desmarque del Gobierno de Zapatero en el Estatut o las políticas de ajuste. Pasen y vean lo que queda de campaña para comprobar quién gana y no olviden la máxima de Bismarck: nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería.

Crisis y autogobierno. En un mundo que necesita cooperación, los nacionalistas piden un espacio propio en el que ahogarse

Josep Borrell (El Periódico de Catalunya)

Tema: Elecciones

De una campaña electoral se espera que encauce racionalmente las emociones colectivas y proponga políticas que los ciudadanos puedan valorar y elegir. Todo lo contrario de esa muestra sublime de la patología de la queja que consiste en acusar a la Agencia Tributaria de ensañarse con los catalanes mientras deja que Andalucía se convierta en un paraíso fiscal. Lo contrario también del discurso xenófobo que convierte a los inmigrantes en el chivo expiatorio de nuestros problemas. Cuidado porque se puede acabar imitando a la Republica Checa, a la que el Tribunal de Derechos Humanos acaba de condenar por matricular obligatoriamente a los niños gitanos en escuelas para discapacitados mentales.

No sólo por aquí se manipula la visceralidad para conseguir réditos electorales. Al calor de la crisis y el temor a la globalización, en toda Europa resurgen la reacción identitaria y los nacionalismos populistas. Pero mientras la riqueza mundial siga tan mal repartida y las demografías tan diferentes, la inmigración seguirá aumentando y los países más envejecidos la necesitarán (la necesitaremos) cada vez más. Criminalizar a los emigrantes no hará sino poner en peligro la cohesión social. Asimilar la nueva inmigración sin pérdida de identidad, en una Catalunya en la que ya supera el 15 %, será el gran reto de los próximos gobiernos. Hay que escoger a las personas y al partido más capaz de llevar a cabo esa tarea. Y el PSC lleva en eso ventaja porque ha creado la argamasa social gracias a la cual Catalunya ha fortalecido su identidad evitando partirse en dos mitades.

En la inmigración se reflejan los dos grandes temas de estas elecciones: el futuro del autogobierno y la clase de sociedad que queremos construir para salir de la crisis repartiendo con equidad sus costes. Son los dos ejes, el identitario y el derecha-izquierda, sobre los que se define la política en Catalunya. En la lógica política del 2003, con todos sus socios empeñados pragmáticamente en mejorar el Estatut, la financiación y el desarrollo social, el tripartito tenía su razón de ser. Pero, con los planteamientos que hoy se hacen, ya no es tan seguro que no fuese un pacto contra natura. Y por eso hace bien el president Montilla en no querer reeditarlo, aunque pudiera.

A pesar de todos los pesares, que no han sido pocos, en lo que a políticas sociales se refiere, el Govern de Montilla ha sido mejor que cualquiera de los de Pujol. Catalunya ha vivido un importante salto demográfico y los servicios públicos no se han colapsado, lo que ya es mucho. Sin ese énfasis en las políticas sociales, que no hubiera tenido ni tendrá un Govern de CiU, la situación sería de crisis profunda.

A pesar de todos los pesares, que no han sido pocos, el tripartito ha dado en el autogobierno un salto mucho más importante de lo que se dice y, a pesar de la sentencia del Estatut, la financiación autonómica ha mejorado y responde a una lógica más federal, y se ha invertido más que nunca en infraestructuras, educación, sanidad y barrios.

Pero estas son ya aguas pasadas. Sólo el PSC o CiU podrían mover el molino de mañana. Por eso ahora hay que analizar el contraste entre sus propuestas. En términos económicos, las propuestas de Mas parecen inspiradas en el pensamiento neoliberal que se está aplicando en el Reino Unido dejando pequeña a Thatcher. Rebajas de impuestos y drásticas reducciones de los servicios públicos y de las políticas sociales. Menos esfuerzo colectivo y que cada cual se apañe como pueda.

El PSC propone reformas para hacer la economía más sólida: más y mejor educación, innovación, infraestructuras, ayudas a la recualificación de los trabajadores y a la competitividad de las empresas. Y mantenimiento de las políticas sociales para garantizar la cohesión. Todo eso hay que pagarlo y por eso no propone rebajas de impuestos.

En autogobierno, las diferencias son aún más claras. Mas considera que el autogobierno de Catalunya ya no tiene cabida en España y por eso votaría sí en un referendo por la independencia, pero dice que ahora no porque lo perdería. Reclama el concierto económico, de naturaleza confederal, con un aire de Liga Norte italiana, convirtiendo la relación con España en un mero mercado de intereses sin lugar para lazos humanos ni proyectos compartidos.

En un mundo que necesita más proyectos comunes y reclama más cooperación, los nacionalistas siguen cultivando el mito de un espacio propio en el que ahogarse. El mito de la independencia en un mundo vertebrado por las interdependencias que nos vinculan.

Montilla y el PSC mantienen la defensa del Estatut, el pacto constitucional y la evolución federal del Estado autonómico. No quieren propuestas inviables que solo generan frustración, ni falsos atajos ni pasos atrás. No quieren ser como los que hablan como De Gaulle y se comportan como Petain. No quieren referendos soberanistas que solo conducirían a una grave división interna.

Montilla explica claramente sus posiciones. Esta vez Mas no ha ido a ver al notario, con lo que no sabemos si pactaría con el PP o con ERC. Lo que sí sabemos es que el resultado de estas elecciones marcará el rumbo de una generación

El destino de las hojas muertas

Joan Barril (El Periódico de Catalunya)

Tema: Cultura

Esta ha sido una semana ventosa. Una semana de cielos claros y de sombras definidas. Pero también ha sido una semana que ha tapizado los suelos de hojarasca. Los ciegos notan la llegada del otoño por el crujir de sus pasos sobre las aceras. Las trabajadoras de la limpieza urbana salen con sus escobas como brujas buenas. El oficio de barrendero tiene algo de epopeya mitológica, como los atlantes, que fueron castigados por Cronos a labores imposibles. Semidioses condenados a hacer subir una enorme peña hasta la cresta de la montaña sabiendo que cuando falten pocos metros la piedra resbalará y regresará al valle. O la tarea ímproba de limpiar los establos de Augías, a los que se conseguía limpiar durante todo el día pero que a la mañana siguiente volvían a estar llenos de estiércol. O el árbol frutal que ofrecía sus frutos sobre el condenado y cuando este rozaba las ramas, el viento se llevaba el árbol un poco más lejos.

Los mayores del lugar conocen la figura del barrendero por las tarjetas con las que pedían el aguinaldo por Navidad. Hoy, esos mismos barrenderos llevan sus pequeños camiones hacia el depósito de Poblenou y ahí montan una larga cola para vaciar el contenido de papeleras y las hojas de las aceras. Es una tendencia curiosa la de las hojas muertas. Las ciudades se van poblando de árboles, pero en cuanto los árboles dejan caer sus hojas para dar la bienvenida al frío, esas hojas son recogidas y rechazadas. Queda claro que el arbolado de las ciudades solo es para el verano. Quisimos traer la naturaleza a la ciudad, pero a la hora de la verdad la naturaleza es pura basura. De los árboles no nos interesan las hojas del otoño sino solo la sombra veraniega. La cosecha de hojas sobre las aceras debe ser un accidente de las estaciones. Luego protestamos cuando por Navidad el ayuntamiento instala abetos de plástico por las calles, pero la verdad es que tampoco demostramos una gran adoración por esas alfombras naturales que suenan a Satie y que nos recuerdan que los setos que están recién cortados siempre huelen a siglo XIX.

- Paleta cromática.

Otra cosa son las hojas en el campo. Aquí no se llega a la veneración que los norteamericanos sienten ante la época del follaje multicolor de arces y de robles, pero la paleta cromática de nuestros montes es un verdadero placer para la vista. Lo saben los urbanitas que cada fin de semana se introducen en la Fageda d'en Jordà, cerca de Olot, para dejar que los pies vayan abriendo surcos en los estratos de las hojas recién caídas y de las hojas húmedas del otoño pasado.

Algo hay en esos rastros de la naturaleza que nos lleva al escalofrío sin necesidad de frío. De la misma manera que la Navidad disfruta con sus eternos villancicos, también el otoño podría recuperar una preciosa canción con letra de Jacques Prévert llamada Las hojas muertas y que fue versionada desde Piaf y Montand hasta Miles Davis. La vida del mundo se va renovando cada año y de la muerte de los árboles renacen otras y nuevas esperanzas. Pero en la ciudad, esas hojas muertas se van directamente al cementerio.

Miles de 'camisas rojas' vuelven a poner en jaque al Gobierno tailandés. Los opositores conmemoraron la represión sangrienta de hace medio año

Adrián Foncillas (El Periódico de Catalunya)

Tema: Tailandia

Los camisas rojas están de vuelta. Unos 10.000 manifestantes regresaron ayer a las calles de Bangkok para protestar por la represión que puso fin seis meses atrás a su movimiento popular. Los camisas rojas marcharon por el distrito comercial de Ratchaprasong, donde antes de la sangrienta entrada del Ejército se habían hecho fuertes unos 100.000 seguidores del depuesto exprimer ministro Thaksin Shinawatra.

Tal como prometieron, la marcha se desarrolló pacíficamente. Los camisas rojas recordaron a los 91 muertos y más de 1.800 heridos con cánticos y pidieron justicia para los responsables. Marcharon con su tradicional color rojo, al que añadieron crespones negros en señal de duelo por las víctimas. El tráfico se resintió y muchos de los establecimientos de lujo, que seis meses atrás fueron arrasados, cerraron las puertas como medida de prevención. Los expertos sostienen que la falta actual de líderes del movimiento resta peligro de contagio a las protestas. Sin embargo, han demostrado su capacidad de reorganización a pesar de que el estado de excepcionalidad que aún rige prohíbe las reuniones de más de cinco personas. El Gobierno de Abhisit Vejjiajiva había permitido la manifestación tras recibir la promesa de que no sería violenta.

- Aplastamiento militar.

La conmemoración del aplastamiento militar había empezado por la mañana, cuando un centenar de camisas rojas se concentró frente a la prisión de Remand, en la capital, para exigir la libertad de los líderes antigubernamentales. Una veintena de ellos permanecen encarcelados, acusados de terrorismo, a pesar de que aún no han sido juzgados. Una delegación de los manifestantes recibió el permiso para entrevistarse con ellos en la prisión durante 20 minutos.

La nueva irrupción de los camisas rojas revela la incapacidad del Gobierno para lograr la reconciliación prometida. Los camisas rojas acusan al Ejecutivo de Abhisit de ilegítimo, ya que llegó al poder burlando la voluntad popular a través de pactos oscuros amparados por el estamento militar. Le culpan de gobernar atendiendo solo a las élites del país y descuidando las necesidades de los más desfavorecidos.

Sus protestas llegaron a su apogeo en abril y mayo, cuando ocuparon el pulmón comercial y financiero de la capital. El Gobierno tailandés ordenó finalmente el desalojo el pasado 19 de mayo, que causó 91 muertos, casi todos civiles. En los últimos meses ha habido varias detonaciones en la capital, que el Gobierno atribuye a los camisas rojas y estos niegan.

Derecha y conciencia de clase. Los sectores boyantes y los poderosos se movilizan, mientras la abstención crece entre los pobres

Joaquim Coll (El Periódico de Catalunya)

Tema: Política

Hoy suena casi a arqueología hablar de conciencia de clase. Pero cuando uno se plantea ciertas cuestiones de cara a las próximas elecciones entiende por qué los teóricos marxistas dedicaron tantos esfuerzos a intentar convencer a propios y extraños de que el cambio social era inevitable si los asalariados adquirían conciencia de clase. Hoy sabemos que el marxismo no era una ciencia, sino una fe, una creencia. En gran medida, un sueño de la razón que en algunos lugares alimentó monstruos. Y que, contradiciendo a la teoría, en la lucha política contemporánea quien ha demostrado tener una conciencia más clara de sus intereses no han sido los trabajadores o las clases populares, sino los potentados y los sectores más boyantes de la sociedad.

Solo así se entiende que quienes no participan casi nunca en las elecciones son aquellos cuyas condiciones materiales de vida resultan más difíciles. Está demostrado que votan proporcionalmente mucho más los ricos que los pobres, y que se interesan más por la política los que viven en pequeñas ciudades que en grandes urbes.

La derecha política tiene claro a quién representa y qué intereses defiende en primer término, mientras que la izquierda fluctúa siempre en un mar de contradicciones, entre sus intereses electorales directos y el llamado interés general. Cuando la izquierda habla de regular el mercado, y entonces es acusada por los neoliberales de intervencionista, lo hace pensando de entrada en el interés del conjunto de la sociedad. Por el contrario, cuando la derecha exalta la libertad de mercado lo hace con el fin de no poner cortapisas al beneficio privado. Cuando hablo de la izquierda me refiero básicamente a la socialdemocracia, que, como explica el historiador Tony Judt en su libro póstumo Algo va mal (2010), es un híbrido que comparte con los liberales la defensa de la tolerancia y que en política pública sigue creyendo en las ventajas de la acción colectiva.

Dicho esto, lo que es muy revelador de que algo efectivamente va mal es que gran parte de la derecha, rearmada con fórmulas neoconservadoras, ha abandonado la cultura del consenso, ha dejado de ser liberal en términos políticos, se muestra altamente inmune ante sus propios escándalos de corrupción y exhibe una enorme agresividad ideológica, como ha demostrado el Tea Party contra Barack Obama. Allí, los republicanos no han hecho otra cosa, por lo menos desde que intentaron acabar con la presidencia de Clinton, que alimentar una continua «política del escándalo»: denunciando supuestas corrupciones, favores ilícitos, acusando a los demócratas de antipatriotas, o poniendo al descubierto líos sexuales como arma de desprestigio personal, entre otras cosas.

En España no hay más que recordar la campaña de acoso y derribo que hicieron, entre 1993 y 1996, el Partido Popular y su entorno mediático para acabar con Felipe González, estrategia que se sigue repitiendo hoy desde que en el 2004 ganó José Luis Rodríguez Zapatero.

Y ahora mismo no hay más que ver cómo toda la artillería pesada de la caverna mediática fustiga a Pérez Rubalcaba, contra quien se rememoran las peores historias del lamentable episodio de los GAL. También en Catalunya la «política del escándalo» ha sido moneda corriente en estos últimos años. Es cierto que el tripartito ha dado gratuitamente mucho juego, pero también es verdad que nunca como hasta ahora ciertos medios de comunicación catalanes, que pasaban por moderados, habían demostrado tal fervor militante contra el Govern de turno. Su propósito no ha sido otro que auspiciar un cambio político en beneficio de CiU. La reiteración de la «política del escándalo» favorece, como explica el sociólogo Manuel Castells en Comunicación y poder (2009), la crisis de legitimidad del sistema, y eso se traduce en abstención. Los resultados del 28-N van a tener que ver mucho con ello.

Se sorprende el catedrático Jordi Nadal en una entrevista en El País de que tanto en España como en Catalunya los partidos que las encuestas sitúan como favoritos, PP y CiU, tengan gravísimos escándalos de corrupción y que, sin embargo, su electorado no parece que vaya a castigarlos. Será por eso de la conciencia de clase. En el caso del PP, se llega además a extremos patológicos, como en Valencia, donde el clima de corrupción refuerza a Francisco Camps.

Centrándome en Catalunya, la situación en que se encuentra CDC ante la evidencia de que Fèlix Millet actuaba de comisionista en beneficio de este partido es sumamente delicada. La velada denuncia que en su día lanzó Pasqual Maragall, aludiendo al famoso 3%, parece próxima a confirmarse. Recordemos que el episodio tuvo una durísima respuesta de Jordi Pujol. Hoy sería bueno empezar por saber, sobre todo si Artur Mas alcanza la presidencia, quién aconsejó a Àngel Colom, hoy convergente destacado, para que fuera a ver a Millet con el fin de encontrar el arreglo económico a sus desventuras políticas. La conciencia de clase está bien, pero la decencia nunca va mal.

Ni tensión, ni pasión, ni razón

Josep Cuní (El Periódico de Catalunya)

Tema: Política

Renovarse o morir. Este es el dilema de la sociedad llamada occidental. La que sufre la crisis creada por sus propios mecanismos en manos de sus propios mercaderes. La que lucha para entender lo que le sucede, pero también la que se resiste a admitir su parte alícuota de responsabilidad en lo que la limita. Y, curiosamente, sin este imprescindible acto de contrición no hay renovación posible y sí fallecimiento probable. Sin aceptar que todos estiramos más el brazo que la manga y que nos subimos al carro de una ostentación tan imprudente como impropia no habrá puerta de salida abierta. Y aunque a golpe de realidad algunos lamentablemente ya hayan empezado a darse cuenta, sería prudente que el resto no tuviera que reaccionar por el batacazo que siempre representa la terapia de choque. La paradoja, no obstante, es que el necesario cambio de criterio lo marcan los mismos que se cargaron el paradigma anterior, con lo que se hace imposible facilitar el asentamiento de una alternativa.

Y así, vemos en los bandazos en las políticas económicas el tanteo de unas posibilidades que si lo son para hoy aparecen insuficientes para mañana. Basta con atender los dictados de la Unión Europea para darse cuenta. Medidas entre sugeridas y reclamadas que permiten a gobiernos como el español colgarle a Bruselas la responsabilidad de lo que nos debe imponer. Fuese ayer la reforma laboral ya aprobada y todavía cuestionada, sea mañana la reforma de las pensiones ahora rehabilitada por Rodríguez Zapatero para disgusto de los cargos socialistas en ruta hacia las urnas de mayo. Y así, cree el presidente que él queda salvado por una campana que ya no puede oír. Porque el clamor amortigua su sonido y porque la realidad le noquea a diario.

Todo parece indicar que estamos al final de un ciclo que coincide con el principio de otro siglo. Y que estos lodos envuelven el fracaso de la posmodernidad. Aquella tendencia que la izquierda europea fue haciendo suya mientras traicionaba sus postulados históricos porque pensó que el proceso de liberación de sus ataduras la obligaba a hacerlo también de sus principios. Toni Cruanyes ha escrito un interesante libro sobre esta mutación. Una autopsia que va de Tony Blair a Zapatero y que nos permite asistir al despojo de una izquierda moribunda y mortecina capaz de compilar en un decálogo los mandamientos de su fracaso. ¡Y a fe de su agnosticismo que los ha cumplido! Una izquierda que prestó tanta atención a las formas que se olvidó del fondo. Que se obnubiló tanto con la erótica del poder que se desmarcó de su compromiso social. Un sector que renunció a la vida en tensión para diseñar un placentero paseo alejado de la pasión. Ni dramas ni furor se convirtió en ni esfuerzo ni responsabilidad. Y ahora nos dice que hay que ayudar a los ni-ni a encauzar su futuro si no queremos reducirlos a una excrecencia del pasado. Y nos deja su habilidad como legado. O les pagamos hoy o ellos nos pegarán mañana. Y el fruto de su incapacidad se convierte en un problema colectivo. Ni les debemos dar las gracias ni les podemos contestar que de nada.

Por qué no iré a votar

Gregorio Morán (La Vanguardia)

Tema: Elecciones

Tengo muchas dudas sobre nuestro futuro, pero respecto al presente no me cabe ninguna. Está dominado por la ficción. Nada de ciencia ficción, no mezclemos. Ficción, a secas. Tampoco es literatura, porque eso exigiría un nivel de calidad y una cierta cualificación profesional que no se da. Lo nuestro es ficción para cándidos, que es lo que ocurre cuando alguien soporta una historia, y hace como que se la cree, por respeto, por no llamar la atención, incluso por miedo al qué dirán. Si fuéramos gente más responsable deberíamos proteger a los niños. No podremos hacer de ellos buenos ciudadanos si por un descuido caen en las redes de la ficción que hemos montado. Corren el riesgo de creérselo y estaremos acabados como país. Una mesnada convencida de que es la sal de la tierra. El problema no está en los narcisos de humedal que se miran en el charco y se felicitan por ser los más guapos, inteligentes y demócratas de España. No, el problema aparece cuando es Pinocho el que se contempla en el espejo, y se gusta.

Como si fuera un gran plató de televisión, la sociedad se ha dividido entre los actores protagonistas, extras y espectadores. Lo llamativo es que de pronto quienes miraban han renunciado a seguir jugando el juego y los han mandado literalmente a la mierda, y ahí se han quedado los actores y los extras, animándose mutuamente. No sé si es un rasgo propio de la vida política catalana o es ampliable a otros lugares, la verdad es que el comparativo pujoliano –fórmula de gran eficacia dialéctica por estas tierras, “eso pasa en todas partes”, “también ocurre en Madrid”, etcétera– me parece un recurso para perezosos mentales, pero la base de apoyo a la clase política se ha ido reduciendo en los últimos años de tal modo que cabría pensar en quién se está equivocando, si la clase o la ciudadanía.

La ventaja que tiene un plató como escenario es que no necesita de nadie que los jalee, porque para eso están los extras. Si la clase política catalana no nos tuviera a nosotros haciendo de desfachatados entusiastas de opciones políticas, en las que nadie en su fuero interno cree, alcanzaríamos la sublimación del espectáculo. Los actores protagonistas pasarían a la condición de payasos, porque el payaso no se caracteriza por hacer reír –eso sólo lo pretenden los mediocres–, los buenos payasos improvisan lenguajes universales que no necesitan palabras. Nuestros payasos de ocasión son locuaces.

Pasemos a los hechos y dejemos las metáforas. ¿Cómo valoraría usted a un líder político que después de estar varios años gobernando, por llamarlo de alguna manera, le promete que si le vuelven a votar rebajará los peajes de las autopistas? Es posible que el guionista de su campaña haya pretendido hacer un homenaje a Berlanga, pero incluso así, el chiste es muy malo, tanto que avergüenza. Ocurre con esos chistes de caca-pis-culo, que el problema no está en que no te hagan gracia, sino en que alguien te considere tan idiota como para contártelo. ¿Y qué decir del otro genio, convencido de su victoria, que nos promete que sólo va a estar tres mandatos? ¡¡¡Tres mandatos!!! Tres mandatos nada más, como un bolero.

Tendría ejemplos para llenar artículos sobre la reiterada incompetencia profesional y la descriptible desvergüenza del señor Montilla, del señor Mas, y no digamos de los actores secundarios que encabezan los demás partidos, pero me basta la evidencia de su campaña. El caso Palau de la Música no se toca. El de Santa Coloma de Gramenet tampoco. Sería de mal gusto citarlos en un momento tan trascendental para la patria. La cosa tiene su mérito, porque no es fácil que durante días enteros haya centenares de tipos hablando de cosas que a la gente le interesan un comino.

Entonces creo que podemos llegar al meollo. Si no fuera por el papel que representan los extras con frase –es decir, nosotros, los del gremio mediático–, sería descorazonador contemplar la distancia que separa la sociedad catalana de su clase política. Los más listos de la cuadrilla están preocupados por la desafección social y con razón advierten de los riesgos autoritarios, pero no creen que el problema sea el discurso, sino los medios. Tienen ese síndrome del poder, el de Zapatero, sin ir más lejos; la cuestión no está en que lo hagamos mal, sino en que no sabemos explicar todo el bien que hacemos. El autismo político en Catalunya causa pasmo, porque la sociedad sobrevive con un desdén absoluto hacia la ficción del relato canónico. Incluso me atrevería a añadir que tiene un valor especial el que no esté atontolinada ante esta efervescencia electoral, y que siga haciendo sus cosas.

En Catalunya conviven dos mundos, el subvencionado y el real. Y es una suerte y un elogio que logren coexistir los dos mundos, porque hay otras sociedades donde no ocurre eso. En Asturias, por citar algo que conozco bien, lo subvencionado es lo real y apenas si hay otra realidad que la subvencionada. Aquí la principal tarea de cierta inteligencia cultural y mediática está en parecer que no cobran del erario. “Sólo los gastos”. Hemos pasado de “hacer país” a vivir de él. ¿Que las bases sociológicas sobre las que se está sustentando la patria renacida se reducen al 20 por ciento? Mejor, porque se cumplirán dos principios del más sano nacionalismo; el pinyol de las esencias siempre es minoritario. Y por añadidura, tocamos a más. Vaya chiste que me ha salido: ¡tocamos a Mas! Un hallazgo polisémico, que dirían los pedantes.

Si uno se atuviera a la vida oficial, subvencionada, los no nacionalistas en Catalunya serían algo parecido a los fumadores, a los que se va achicando espacio, con la intención confesa de encerrarlos en casa. Una ley seca de la política, impuesta por esa faramalla de felices voceros institucionales. Al oasis del chiste le han salido cicerones, exégetas, teóricos de las raíces profundas de la identidad descubierta. Se equivocan, quiero creer, porque ese club del autobombo se morirá. No hay presupuesto que lo mantenga; es más letal y costoso que las pensiones de los jubilados. También es posible que la gente se rebele, aunque es más difícil y sobre todo nos esforzaremos por que no ocurra. Una modesta proposición: por qué no averiguamos si eso del seny y la rauxa fue una invención oportuna, una dialéctica para conservadores en expectativa de destino.

Yo pertenezco, o quizá pertenecía, a una generación para la que el hecho de que un currante en paro, que se llamara Manolo Torres, que tuviera 37 años, casado y con dos hijos, que viviera, es un decir, en l'Hospitalet, que se viera desalojado de su piso protegido de Adigsa, y que se ahorcara a una hora tan taurina como las cinco de la tarde, hace una semana, casi abriendo la campaña electoral, le parecería un agravio intolerable. Una conmoción de la sociedad real sobre la sociedad de la ficción. Y sin embargo, estoy convencido de que para los extras con frase decir algo así resulta demagogia. Tiempos curiosos estos, donde la realidad es demagógica y la ficción auténtica.

Cada uno, llegados a este punto, debería tener el valor de decir qué va a votar. Si hacemos opinión y no trampas, habremos de asumirlo y dejarnos de mostrar nuestro ángulo de Pinochos narcisistas. Los derechos de ciudadanía, o lo que es lo mismo, nuestra capacidad para protestar e incluso para rebelarnos, no nos lo conceden las urnas, ni el que metamos un papel por una ranura, independientemente del orgasmo que produzca. El derecho a la ciudadanía lo concede el pago de impuestos. Quien paga adopta la condición de ciudadano de pleno derecho. Por eso mismo quiero decir que las próximas elecciones del 28 de noviembre las interpreto como una fiesta que se ha montado la clase política catalana para perpetuarse a sí misma. Si tuviera alguna confianza en este sistema votaría en blanco, pero como creo que les da absolutamente igual, no iré a votar. Nunca me han gustado las fiestas, y menos las que pago y no disfruto. Lo de menos es que me hayan invitado. El servicio, que lo pongan ellos.

La pose y el artificio

Joana Bonet (La Vanguardia)

Tema: Elecciones

Mira si me parece tan calcado de los americanos que cuando flamean las banderas de Catalunya creí que eran banderas norteamericanas”. Silvana Frenquel, creativa de imagen y avezada en diseccionar películas cortas, encuentra que el spot de CiU es “muy yanqui”. Pero todo empalidece al confundir la senyera con las barras y estrellas. Ahí está Mas en una sucesión de planos cortos, los ojos achinados, la mano apoyada en la barbilla, la pose estudiada y una expresión cálida que a pesar de su catalanidad no logra liberarse del aura de galán maduro en la línea de los carygrants. Existe una intención épica: fijar en un instante su larga trayectoria hasta la silla del Molt Honorable apelando a la emotividad. Si el aire solemne no logra cercanía debe conmover, pero esa tribuna- púlpito que aparece en el spot como símbolo, imaginamos, del espacio público, parece artificial y llena de sombras, alejada de la nitidez necesaria para quien se ofrece al servicio de un pueblo. El vídeo rezuma victoria y banda sonora de peliculón.

Los spots electorales son tan fugaces como los de Mistol o Audi, pero también más aburridos. Si la publicidad quiere lograr que cristalice un deseo para comprar un producto, o una idea de Catalunya, tiene que ser muy breve y concisa, una idea fuerza servida en menos de un minuto, un trallazo neuronal. Mientras Iniciativa se ha decantado por la estética del informativo: platós y declaraciones, realidad documental en lugar de ficción, ERC se ha esmerado en un spot que se asemeja más a un plan vivienda que un promocional de partido. Planos rápidos, encadenados audaces y un importante factor emocional conforman el argumento de su “gente valiente”.

La vida de Brian tal vez tenga mucho más que ver con la vida de Montilla de lo que nos imaginamos. El sentido del absurdo se ha empeñado en instalarse en el centro de la desafección ciudadana, además de la colección de problemas que han desplazado a Catalunya a la periferia lejos del vigor y la prosperidad de antaño. El vídeo del PSC desaprovecha un referente de calidad, los Monty Python –un clásico guiño de la izquierda más bien anarquizante–. Hacer de las piedras pan, o de la sosería de Montilla un plus, es un gran riesgo. Sus asesores se empeñan en disfrazarlo de superhéroe, incluso en justificar su poca gracia comunicativa en lugar de convertirla en un activo en estos tiempos más proclives a las frases cortas que a las cabriolas dialécticas. Mucho más interesante resulta el spot del mensajero del PSC que va a clase después de trabajar: “Conseguir las cosas cuesta”, dice el texto acompañado por una imagen ultrarrealista que utiliza una cámara montada sobre el manillar de la moto. Un reality bite, un trozo de realidad y no su representación como el anuncio del PP, que básicamente pretende cerrar filas en lugar de arrancar nuevas simpatías. Este se divide en dos segmentos, dos tiempos y dos escenarios: 28 de noviembre del 2011, en la odisea futurista de los populares Mas y ERC convocan el referéndum por la independencia ante la mirada atónita de un parado. Fundido en negro: “¿Este es el futuro que necesitamos?”. En un presente indeterminado, Alicia Sánchez-Camacho pasea con esplendor por la hierba: ahora somos más necesarios que nunca, dice. De la pretensión verista del cine social –cámara temblorosa que imita al documental– se pasa al verdor exterior –cámara fija centrada en la candidata que quiere transmitir seguridad y capacidad–.

Los principios de propaganda política clásica insisten en que cuanto más grande sea la masa que convencer, más pequeño debe ser el esfuerzo mental que realizar. Goebbels, repulsivo maestro del género, defendía el principio de vulgarización: “toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida”. Sobrecoge que este principio aún permanezca vivo. No obstante, en esta campaña, si hay un elemento genérico que destacar este es el erotismo. Desde su presencia en las llamadas entrevistas “informales” a los candidatos hasta el orgasmo del vídeo de las juventudes del PSC, el sujetador de la guardia urbana de Ciutadans o el mensaje de Montserrat Nebreda –envuelta en una toalla de hotel–, la única intención es que, bien o mal, se hable de ello. Mordaz Puigcercós: “En ERC practicamos el sexo tántrico” . Quien pretenda despertar la libido del voto mediante la publicidad procaz nada entiende de erótica del poder. ¿O es que ahora desde el voyeurismo y la provocación se va a cuestionar la falta de deseo de la ciudadanía políticamente anorgásmica?

Noticia de Catalunya

Enric Juliana (La Vanguardia)

Tema: Elecciones

Comenzaba el telediario con la narración del debate en el Congreso sobre la situación económica. Momento difícil en Europa. Irlanda al borde del precipicio económico. Portugal en capilla. España cruzando los dedos. Italia en trance de volver a cambiarlo todo para que nada cambie. Francia en la barricada que legitima la monarquía republicana. La poderosa Alemania, entre el Directorio Europeo y el Sacro Imperio Romano Germánico.

Crónica parlamentaria. El Gobierno costea. El discurso oficial parece haber asumido la dimensión real de la crisis y la bicefalia se hace cada vez más evidente. Tenemos un presidente y un jefe de Gobierno: José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. El PSOE reorganiza sus maltrechas defensas y el Partido Popular intenta pillarlo todo, desde la extrema derecha hasta la arena levantisca de los campamentos del Sáhara. El mundo cruje. Barack Obama, en horas bajas, recluta a Henry Kissinger; el Papa llama a los cardenales a capítulo en Roma, y China impera. El mundo cambia de base, la Europa endeudada se deshilacha y vete a saber si dentro de un año seguiremos pagando en euros.

Pasa página el telediario y da noticia de Catalunya. Una chica jadeante pide el voto para José Montilla. El vídeo del orgasmo rebota de cadena en cadena y los catalanes nos convertimos en el hazmerreír de España entera. Un grupo de insensatos –¿Collboni, has sido tú?– acaba de recrear la escena aquella de la corona de espinas, Monty Python en Jerusalén, la imagen que dinamitó la aventura tripartita en su fase más genuina. Debo decirlo, muchos de los catalanes que vivimos en Madrid, discutidores hasta el agotamiento; dispuestos a defender una y mil veces que las reclamaciones catalanas deben ser escuchadas y respetadas, estamos pasando vergüenza. Circunspectos ante el escarnio, de nuevo volvemos a pasar vergüenza.

Conviene que se sepa, por si alguien, entre el jiji, el jaja y el jojo, todavía no se ha enterado. El vídeo de los jadeos –más el impulso sádico de la señora Alicia Sánchez- Camacho capturando inmigrantes– es la noticia más morbosa de Catalunya que ha recorrido España desde que la Guardia Civil tomó el Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet y un grupo de hombres que aún no han sido juzgados fue paseado ante las cámaras con las esposas puestas, para aviso de navegantes mientras el Tribunal Constitucional discutía sobre el Estatut. Para millones de españoles, la política catalana se resume hoy en esos vídeos delirantes. La caligrafía de los nuevos tiempos.

El mundo se reorganiza, Europa cruje, la moneda única está en el aire, España aún no sabe lo que le espera y el estamento político catalán se entrega a la parodia.

Hemos tocado fondo.

El Papa habla de los problemas de la Iglesia con 150 cardenales. Pederastia y libertad religiosa, en la agenda de la reunión en el Vaticano

Eusebio Val (La Vanguardia)

Tema: Religión

Encuentro poco usual en el Vaticano. El Papa se reunió ayer con unos 150 cardenales de todo el mundo en una jornada de “plegaria y reflexión” sobre los desafíos que afronta la Iglesia católica, como el escándalo de los curas pederastas, las amenazas a la libertad religiosa en diversas zonas del planeta y la integración de anglicanos disidentes. La cumbre vaticana tuvo lugar, obviamente, a puerta cerrada. Lo que trascendió al exterior fue filtrado por la oficina de prensa de la Santa Sede a través de un comunicado.

La cita cardenalicia con el Papa se produjo la víspera del consistorio en que se crearán, hoy, 24 nuevos cardenales, de ellos 20 que, menores de 80 años, serían electores en caso de un nuevo cónclave.

Benedicto XVI, en su intervención, insistió una vez más en uno de los argumentos centrales de su pontificado: la condena al relativismo moral. Joseph Ratzinger niega una y otra vez el primado de la ideología laica para regular cuestiones éticas, lo cual siempre genera polémica. Lo hizo durante su reciente visita a España y lo repitió ayer. Según él, los valores cristianos –tal como los interpreta la Iglesia– están en un plano superior a cualesquiera consideraciones políticas o jurídicas coyunturales, a usos y costumbres de la modernidad.

Para el Pontífice, el mandato divino de anunciar el Evangelio lleva implícita la exigencia de libertad religiosa, lo cual, a lo largo de la historia, ha chocado con “diversas oposiciones”, según el comunicado. La relación entre verdad y libertad es esencial, pero hoy se encuentra frente al gran desafío del relativismo, que parece completar el concepto de la libertad pero en realidad amenaza con destruirla al proponerse como una verdadera “dictadura”. El Papa admitió que es un tiempo difícil para anunciar la verdad del Evangelio y de las “grandes adquisiciones de la cultura cristiana”.

Escasos detalles trascendieron del debate. Sí se supo que 18 cardenales tomaron la palabra en el asunto de la libertad religiosa. Se habló de problemas específicos en Oriente Medio, donde los cristianos están sufriendo una mortal persecución en algunos países, y en Asia. La problemática china es muy actual, después de que el Vaticano reaccionara con tajante rechazo a las noticias sobre la ordenación de obispos en la iglesia católica tutelada por la autoridad comunista de Pekín.

Sobre dos asuntos fundamentales, como la pederastia en el clero y la incorporación a la obediencia de Roma de fieles y jerarquía anglicana, el comunicado vaticano no hacía sino anunciar la discusión, pues esta no se había producido todavía cuando se redactó la nota de prensa.

El de hoy es el tercer consistorio que convoca Benedicto XVI desde que llegó a la silla de Pedro, en el 2005. Los anteriores se celebraron en marzo del 2006 y en noviembre del 2007. Con los nuevos purpurados, el colegio cardenalicio llegará a los 203 miembros, de los cuales 121 electores y 82 no electores. Fue Pablo VI, en 1970, quien estableció la norma de fijar los 80 años como edad máxima para asistir a un cónclave y para desempeñar cualquier cargo en la curia romana y en la administración del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Entre los nuevos cardenales no electores figura el arzobispo emérito castrense español José Manuel Estepa Llaurens, de 84 años. En representación del Gobierno español en las celebraciones de hoy asistirán el presidente del Congreso, José Bono, y el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, así como el embajador cerca de la Santa Sede, Francisco Vázquez.