Enric Juliana (La Vanguardia)
Tema: Elecciones
Esquerra Republicana de Catalunya era en aquel momento la fuerza ascendente: captaba el desgaste de 23 años de Jordi Pujol e interceptaba los deseos de cambio que Pasqual Maragall ya no era capaz de recoger –demasiado sénior, demasiado metropolitano, demasiado barcelonés, demasiado embarullado–. Representaba Esquerra a una joven mesocracia comarcal deseosa de ocupar mayores espacios en la administración pública catalana y de conquistar espacios de poder social. Y, por encima de todo, actuaba de condensador de la profunda irritación que Aznar provocaba en Catalunya (plenamente a conciencia). En aquel tiempo, ERC era la más genuina expresión política del català emprenyat.
Juguete compartido por Aznar, Zapatero y los socialistas catalanes, ERC ha tenido la llave de la Generalitat durante dos legislaturas. Y ha contribuido a difundir la idealización independentista, con el auxilio de las circunstancias históricas de fondo –el fuerte impacto de la globalización en una sociedad articulada por la pequeña y mediana empresa y por el trabajo autónomo– y también gracias al milagroso ungüento de las subvenciones. Siete años después, el 25% de la sociedad catalana se siente identificado, en mayor o menor grado, con la independencia. Grito de protesta e idealizada panacea. Por motivos que son bien conocidos –falta de maestría, histrionismo, torpeza, rivalidades internas, algún que otro signo de apoltronamiento, una intensa labor de zapa de CiU...–, Esquerra ha perdido el monopolio del independentismo. En estas elecciones hay más pretendientes. Un hombre que estuvo de moda y un médico de Puigcerdà con las sienes plateadas.
Aterrorizado por el castañazo que le pronostican las encuestas, Joan Puigcercós ha recurrido a un figura hasta ahora no permitida en las fiestas mayores: el cabezudo que se burla de los andaluces; el catalán etnicista. Se trata de llamar la atención, al precio que sea. Carod, mucho más inteligente que su sucesor, jamás tocó esa tecla Tocó otras, pero esa jamás. Sabía cuán funestas podían ser las consecuencias.
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