domingo, 28 de noviembre de 2010

Ana María Fagundo, poeta canaria de la isla y la ausencia

Cecilia Domínguez Luis (El País)

Tema: Cultura
Hablar de Ana María Fagundo es hacerlo de su afirmación en la existencia, de su constante afán por encontrarse a sí misma a través de la palabra y, a su vez indagar con ella en ese mundo en el que vive, en un tiempo, el suyo, que sabe de ausencias y regresos. Digo esto a unos meses de su muerte -el 13 de junio-, que a todos los que la conocíamos cogió por sorpresa, como todas las muertes, a pesar de que sabemos que tiene que acontecer un día u otro, y de la que yo me enteré tarde, a través de una amiga común.

Nació en Santa Cruz de Tenerife un 13 de marzo de 1938, mes al que dedica varios de sus poemas -cada cumpleaños, como un rito, como un conjuro a la vida-. En 1955 obtuvo el título de perito mercantil y tres años después, el de profesora. En 1958 recibe la beca Anne Simpson que le permite estudiar en la Universidad de Redlands (California), donde se graduó, en 1963, en las especialidades de Literatura Inglesa y Literatura Española. A partir de este año y hasta 1967, estudia en las Universidades de Illinois y Washington, obteniendo en esta última el doctorado en Literatura Comparada, con especialidad en Literatura Inglesa, Norteamericana y Española.

Hasta el año 2002, ejerce de catedrática de Literatura Española del siglo XX en la Universidad de California (campus de Riverside). Durante este periodo publica numerosos trabajos sobre literatura española, hispanoamericana y norteamericana y es además directora-fundadora de la revista de poesía, narrativa y ensayo Alaluz (1969-2001).

La ausencia de su isla natal, a la que regresa de vez en cuando, marca una impronta en su poesía, de tal manera que, junto a la celebración por la palabra que le ha sido concedida, aparece la nostalgia de una isla que se hace más presente en la distancia. Así, sus poemas se pueblan de paisajes donde el mar, la roca, los cardones, la vegetación de la isla, sus volcanes, aparecen en un intento de hacer presente, casi tangible, la isla, con una gran fuerza emotiva pero, al mismo tiempo, contenida y sobria y donde lo humano ocupa también un lugar preferente. Así afirma en su poema Mi decálogo: "2... Lo mío siempre ha sido / los niños, los ancianos, / los perros / las flores, las plantas, las montañas, / el mar y el cielo, / el ser, / la poética palabra".

Poeta trasterrada, como se calificaba ella misma, es en la lejanía donde mejor se apodera de la isla, con una visión particular que la hace fundirse en ella, ser mujer-isla que nace, en cada poema de ese mar que une y que separa y al que siempre vuelve porque sabe que volver a la isla es volver a sí misma.

Ahora, en esa definitiva ausencia, su voz resuena aún más fuerte y grave, afirmando que "no se muere aunque se muera / que no es polvo aunque sea polvo / esta voz que hoy dice: soy, / siento".

Hasta siempre, Ana María.

No hay comentarios:

Publicar un comentario