lunes, 15 de noviembre de 2010

Berlanga, patrimonio nacional. El director de ‘Bienvenido, Mr. Marshall’, ‘El verdugo’ y ‘Plácido’ muere a los 89 años

Lluís Bonet Mojica (La Vanguardia)

Tema: Cultura
Era el último austrohúngaro, vocablo, el de austrohúngaro, que siempre aparecía en su cine. Sin sus películas, algunas de ellas incuestionables obras maestras, sería imposible comprender la historia española contemporánea. Desde la autarquía hasta la transición, pasando por esta época actual cuya realidad también resulta a veces muy berlanguiana. El cineasta Luis García Berlanga falleció en la madrugada de ayer, en su casa de Somosaguas, a los 89 años. Será enterrado este domingo en el cementerio madrileño de Pozuelo de Alarcón y sus restos mortales saldrán de la Academia del Cine, donde ayer se instaló su capilla ardiente.

El creador de Bienvenido, Mr. Marshall, El verdugo, Plácido o Patrimonio nacional vivía postrado en una silla de ruedas y era víctima del alzheimer. Su última comparecencia pública se produjo el pasado mes de julio, cuando acudió en silla de ruedas a la inauguración de la Sala Berlanga, nombre que en su honor recibía un antiguo cine reabierto en Madrid. Allí apenas pudo articular palabra y ya no conocía a muchos de los amigos y conocidos que le rodeaban. Por azares del destino, hoy aparece en el dominical del diario Abc el último reportaje realizado a Berlanga y su familia, con motivo de su participación en una campaña de Médicos sin Fronteras. En sus escuetas declaraciones, el cineasta, que tenía las dos caderas rotas, se lamentaba en estos términos: “El dolor me jode, pero morirme me jode más”.

Quien escribe estas líneas tuvo el privilegio en 1987 de pasar toda una mañana con Berlanga en la cafetería de un hotel de Barcelona y entrevistarle para La Vanguardia. El asimismo autor de La escopeta nacional y La vaquilla se mostraba como un torrente verbal, difícilmente controlable, pero sin perder nunca el hilo de lo que estaba contando. Debido a ello, una parte de la conversación mantenida no pudo ser publicada por rebasar los límites de espacio. Ahora suponen un valioso testimonio algunas de aquellas opiniones inéditas, a fin de reconstruir la trayectoria del director más influyente en la historia del cine español.

Luis García Berlanga Martí nació en Valencia el 12 de junio de 1921, en el seno de una familia de la “pequeña burguesía”, porque “mi padre era político republicano y lo que entonces se denominaba terrateniente: poseía fincas que fue desmembrando poco a poco, porque en aquella época la política no era como ahora, entonces costaba dinero. Así que debías ir desgajando los patrimonios familiares para poder seguir siendo político, porque las elecciones costaban un riñón y sólo tenían su sueldo de diputado, ninguna otra sinecura”.

La Guerra Civil le pilló con quince años y en su último tramo luchó en el bando republicano. Al término de la contienda, su progenitor fue encarcelado y llegaron a pedirle pena de muerte. La familia tuvo que vender más bienes para pagar una cuantiosa multa impuesta por el denominado Tribunal de Responsabilidades Políticas. El futuro cineasta y su hermano fueron enviados a un colegio de Suiza. Con el tiempo, y para intentar salvar la vida de su padre, Berlanga se alistó en la División Azul. Allí conocería a Luis Ciges, hijo de un gobernador republicano, que con el tiempo aparecería en películas suyas. “Por desgracia –explicaba Berlanga–, Ciges no logró salvar a su padre, que fue fusilado”.

Afirmaba que “si Bernadette Sobirous vio a la Virgen, yo descubrí mi vocación por el cine viendo una película: Don Quijote, dirigida por Pabst y protagonizada por el gran bajo ruso Feodor Chaliapin”. Berlanga abandonó los estudios de Derecho y Filosofía y Letras e ingresó en 1947 en la primera promoción del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC). Allí conoció a Juan Antonio Bardem, con quien en 1951 realizaría Esa pareja feliz, primer largometraje de ambos. Dos años más tarde quisieron repetir la experiencia en Bienvenido, Mr. Marshall, cuyo guión redactan con la colaboración de Miguel Mihura, pero que acabó dirigiendo Berlanga en solitario.

La película fue seleccionada por el Festival de Cannes. Su proyección causó gran revuelo por los planos finales donde aparecía una bandera norteamericana arrastrada por la corriente de un riachuelo. El actor estadounidense Edward G. Robinson, miembro del jurado oficial, exigió que aquellas imágenes fueran cercenadas, pero el filme obtuvo el premio Internacional y una mención especial por su guión. Después vendrán títulos como Novio a la vista (1953) y Calabuch (1956), con el veterano actor británico Edmund Gwenn y la italiana Valentina Cortese, entonces casada con el actor norteamericano Richard Basehart. Será este, precisamente, quien protagonice la siguiente película de Berlanga, Los jueves, milagro.

En el punto de mira de la censura franquista por ser un genial y mordaz narrador de las miserias del régimen, Berlanga no tardaría en tener un encuentro providencial: el guionista Rafael Azcona. Sentados en la cafetería madrileña donde –entre copa y copa– esbozaban el guión de la película, durante unas fiestas navideñas vieron como un grupo de Acción Católica caminaba con una pancarta que rezaba: “Siente un pobre a su mesa”. Ambos exclamaron: “¡Ya tenemos el título de la película!”

Pero el lápiz rojo de la censura tachó aquel título y la película pasó a llamarse Plácido, una de sus incuestionables obras maestras. Hace seis años, el manresano Joan Soler filmó el documental La ciutat de Plácido, sobre el rodaje en Manresa de esta legendaria comedia protagonizada en 1961 por Castro Sendra Barrufet, en arte Cassen.

Sin embargo, la bofetada más dura que Berlanga supo asestarle al franquismo fue El verdugo, en cuyo guión también colaboró Azcona. Nino Manfredi encarnaba a un empleado de pompas fúnebres que se ve obligado a ocupar la vacante de funcionario de su suegro (José Isbert): verdugo que ejecuta a los condenados a garrote vil. Seleccionada por la Mostra de Venecia de 1963, una proyección privada de la película en la embajada española de Roma, desató la ira del embajador Alfredo Sánchez Bella (futuro ministro de Información y Turismo), que intentó prohibir su exhibición en el certamen veneciano, donde El verdugo obtuvo finalmente el premio de la crítica internacional.

Tras un intermedio representado por La boutique (1967), ¡Vivan los novios! (1970) y la coproducción francesa Tamaño natural (1974), que por su erotismo tardaría casi cuatro años en poderse estrenar en España, la carrera cinematográfica de Berlanga toma un nuevo giro en 1978 con La escopeta nacional, donde un inolvidable Luis Escobar encarnaba al Marqués de Leguineche. La película se convierte en un estruendoso éxito comercial con su vitriólico repaso del poder emanado de El Pardo, a partir de la cacería organizada en una finca y similar a las que realizaba Franco y que se transformaban en una caza de prebendas.

Berlanga proseguirá dentro de esta línea con Patrimonio nacional y Nacional III, hasta que en 1983 obtiene otro enorme éxito con La vaquilla. Su último largometraje, París Tombuctú lo rodó en 1999, despidiéndose definitivamente del cine con el corto El sueño de la maestra, filmado en el 2002.

Víctima favorita de la censura franquista y persona de convicciones libertarias, el humor y su capacidad para descubrir las vergüenzas humanas le permitieron crear una obra cinematográfica que ha quedado como referente.

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