lunes, 15 de noviembre de 2010

¿Cuándo se estropeó Catalunya, Zavalita?

Enric Juliana (La Vanguardia)

Tema: Catalunya

En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?” Así comienza Conversación en la catedral, la cuarta novela de Mario Vargas Llosa (1969). Es un arranque fuerte –referido a la dictadura del general Odría en los años cincuenta–, que se presta a la cita oportunista en estos momentos de desasosiego. Zavalita ya habría entrado en la historia metafórica de España si Madrid fuese una ciudad más existencialista y dubitativa. El amargo y melancólico interrogante que Vargas Llosa pone en labios de Santiago Zavala en el bar La Catedral no seduce a la mentalidad madrileña. Por ahora. Quizá en Barcelona, ciudad con la que Vargas Llosa se está reconciliando, se entienda mejor.

¿En qué momento se jodió Catalunya? Muchos catalanes creen que algo más que la economía se ha malogrado en su país. No, no hablemos ahora del català emprenyat. El malestar ha ido adquiriendo muchos matices e intensidades, y perfora los límites de la caricatura. Va más allá. Un estilo, un espíritu, una manera de hacer las cosas –una idealización y un orgullo, también– se siente maltrecho y ridiculizado. Ese es el destilado final de dos legislaturas en las que algunas cosas se han hecho bien, pero ha fallado la construcción del alma. El alma de la izquierda gobernante. El alma es fundamental para la edificación de una sociedad laica. Si el alma no viene insuflada desde las alturas, debe ser construida desde abajo. El alma. El relato. El sentido. La radiación. La cultura. Cuando el presidente de la Generalitat arranca la presente campaña prometiendo, secamente, que no volverá a repetir la coalición de la que ha sido ingeniero en jefe durante dos legislaturas, da la razón a quienes sostienen que Catalunya ha perdido miserablemente el tiempo con la alianza de las izquierdas.

(José Montilla no pasaba por allí y se encontró al tripartito abandonado en una esquina. La noche electoral del 16 de noviembre del 2003, cuando Pasqual Maragall comprobó que su candidatura ya no encarnaba de manera genuina la voluntad de cambio –como sí ocurrió en 1999 en su gran combate con Jordi Pujol–, estuvo a un paso de la dimisión. Maragall, buen alcalde, sabía captar el espíritu de la época. Viendo a venir la maragallada, el primer secretario Montilla, entonces alcalde de Cornellà y presidente de la Diputación de Barcelona, tiró de él hacia arriba, le conminó a mantenerse en su sitio y acabó de cerrar el pacto ya esbozado con el grupo dirigente de Esquerra Republicana. Negando el tripartito, por obvias razones tácticas, el president Montilla se ha negado a sí mismo. Ha rendido el alma.)

Una época se cierra y puede que se abra un ciclo electoral verdaderamente fatídico en España. Las elecciones siempre invitan a resolver y esta vez lo complican todo. Me explico: la gente tendrá la palabra en el momento en que la política lo tiene más difícil para decir la verdad. La política, con todos los matices partidistas que le queramos aplicar, tiene hoy mucho miedo a contar la verdad. Y la verdad es una: el estado asistencial surgido de las luchas sociales del siglo XX, del drama de las dos grandes guerras civiles europeas, y del surgimiento de la Unión Soviética, va a menos porque la nueva división internacional del trabajo dificulta su mantenimiento económico. Y porque no existe –digámoslo todo– la amenaza de un modelo social alternativo con la capacidad expansiva y coercitiva del acontecimiento de 1917. La paradoja final del comunismo es la siguiente: la Unión Soviética empujó a Occidente a mejorar la seguridad social; la China Popular estimula su desguace.

¿Cuándo se jodió Catalunya, Zavalita? ¿El día en que fue derribado el muro de Berlín y el mundo era una fiesta? Caliente, caliente. El desarreglo comenzó a gestarse durante el segundo gran festival del planeta unificado. Las cosas empezaron a complicarse inmediatamente después del grandioso éxito de los Juegos Olímpicos de Barcelona. El día en que se apagó el pebetero de Montjuïc, quedó perfectamente claro que Maragall disputaría la presidencia de la Generalitat a Pujol.

Esbozado en los años ochenta, se desplegaba un combate ajedrecístico entre dos inteligencias de primer orden, que absorbería muchas energías –casi todas– y dividiría a los catalanes entre capuletos comarcales y montescos metropolitanos. La intensidad y la gracia de la partida –de nuevo, Catalunya, la sociedad más democrática de España–, dificultaron una lúcida y atenta percepción del trascendental cambio de escala que tenía lugar en el centro peninsular: progresiva privatización de los antiguos monopolios públicos, con la consiguiente multiplicación de potencia de la élite económica capitalina; extraordinario despliegue del nuevo negocio de las telecomunicaciones; centralización de la nueva industria audiovisual (televisiones privadas); ensanchamiento de los nexos económicos con Latinoamérica; sustantivo refuerzo de las infraestructuras radiales con la red de alta velocidad...

Los catalanes asistían a una espléndida lucha florentina cuando el Gran Madrid emergió. Pujol y Maragall empataron. Desde 1999, Catalunya se halla estructuralmente en tablas. La partida de ajedrez puede que se resuelva –ahora sí– el día 28. Pero, entre tanto, Zavalita, no veas cómo ha cambiado el jodido mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario