miércoles, 10 de noviembre de 2010

El mundo en un autobús

Joan Barril (El Periódico de Catalunya)

Tema: Cultura

Hay pequeños viajes que a veces son enormemente constructivos. Desde el aire, cuando no hay rastro de la tierra ni del mar, las conversaciones tienen algo de acta notarial. Todo es rápido pero al mismo tiempo profundo. Hablamos con el compañero de viaje como si nuestras palabras, en la inestabilidad del vuelo, fueran palabras póstumas. Finalmente llegamos a tierra y, con ese paso rápido que nos da la calma del aterrizaje, salimos hacia las escaleras mecánicas de la T-1.

Mi amigo es un banquero importante, balear y poeta y satisfecho de que su entidad haya obtenido una magnífica nota en lo que respecta a la sanidad del banco que administra. Le digo que los taxis están ahí, en la planta inferior de la llegada. Pero mi compañero de viaje me recuerda que no hay nada mejor que el transporte público. Y ahí estamos: dos minutos, subimos al Aerobús, línea a1 y pagamos 5,05 euros. El conductor no tiene cambio y nos perdona esa pequeña moneda fraccionaria de color marrón que a veces nadie se digna recoger cuando cae al suelo.

- Grandes ventanas.

El bus arranca. Todos sentados y las maletas convenientemente depositadas en su compartimento. Las ventanas grandes ofrecen al viajero la compensación de las minúsculas del avión que acaba de dejar. De pronto la conversación que manteníamos en el aire se ha interrumpido. Nos llega un paisaje neblinoso y llano. De vez en cuando avanzamos taxis y nos imaginamos lo que sería el viaje a bordo de uno de los coches amarillos. Con suerte nos llevaría un taxista cordial, silencioso y eficiente. En caso contrario estaríamos callados ante las soflamas de Intereconomía o de algo peor si lo hay.

Viajar a ras de tierra en un autobús que sale del aeropuerto nos salva de la actualidad. Aquí nadie habla del Papa, ni de si Felipe vuelve a ser la X de los GAL, ni del papel de la mujer en la Iglesia ni de la necesidad de tomar partido entre saharauis y marroquís. En el silencio del autobús que nos lleva a la ciudad los carriles se abren como se abrirían al paso de una carroza. El sueño del hombre es estar en todas partes sin moverse del mismo sitio. Eso es un bus eficiente. Una legación diplomática de muchos países en el gran país de la velocidad domesticada. Tres paradas para llegar al centro y esa respiración estimulante del aire comprimido de las puertas. Mi compañero de viaje y yo nos preguntamos por el placer de las cosas pequeñas. Subir a uno de esos autobuses hacia el aeropuerto y allí buscar un vuelo mínimo de esos de última hora. Despegar y dormir. Y una vez en tierra, dejarse llevar de nuevo por la ciudad imprevista. Tomar un café y regresar al mismo aeropuerto del que partimos.

Será entonces cuando la mirada sobre nuestra propia ciudad será una mirada fértil, distinta, abierta a los detalles que la vida cotidiana nos empaña. El viaje no es otra cosa que una revisión interior a todo lo conocido. Cinco euros con cinco. Mi amigo banquero considera que es una magnífica inversión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario