martes, 16 de noviembre de 2010

El PSC en el diván

Casimiro García-Abadillo (El Mundo)

Tema: Elecciones

¿Qué somos? No. No les voy a contar el viejo chiste de los vascos. Ya saben, de dónde venimos y... adónde vamos a cenar. No. Les voy a contar la peripecia de un partido clave para Cataluña, que parece necesitado de visitar urgentemente al psicoanalista. Los socialistas catalanes se debaten en esa incógnita existencial después de siete años haciéndole el trabajo sucio a los nacionalistas, quienes, ellos sí, tienen bastante claro lo que son: catalanes y sólo catalanes.

Dice Montilla respondiéndose a esa pregunta: «Yo soy, en primer lugar, catalán, catalanista; en segundo lugar, soy español, pero no españolista, y, por último, soy europeo ».

Le falta añadir terrícola a esa larga y confusa definición que quiere ser políticamente correcta y que bordea lo esperpéntico.

¡A dónde nos han llevado los siete años de alocado tripartito! ¡Qué ataduras mentales ha impuesto a sus protagonistas un debate identitario tan impostado como, tantas veces, ridículo!

Desbrocemos la declaración del presidente de la Generalitat. Uno puede ser catalán y catalanista. Bien. Es decir, activista a favor del catalán, de su lengua, de su cultura, de su idiosincrasia. Pero uno es español, porque no tiene más remedio, qué se le va a hacer. Pero, ¡españolista!, ni hablar. Eso son cosas del PP. ¡Cómo va a defender un socialista catalán la cultura, la historia y la idiosincrasia española! Y es que, en Cataluña, la clase dirigente, tanto da nacionalista que socialista, sigue identificando españolista con fascista, con franquista.
Por eso, muchos prefieren decir, catalán y europeo, eludir lo de español, que suena hasta mal.

Luego se extrañan de que las encuestas (salvo la del CIS, claro) le den al PSC una caída histórica en intención de voto.

¿Cómo han podido ser tan ciegos? El votante socialista catalán, ése que le da la victoria al PSOE en las elecciones generales, se siente tan catalán como español, tan catalanista como españolista, y lo que quiere es que su partido aplique políticas de izquierdas.

Mi interlocutor, un dirigente del PSC, procedente de la inmigración, como Montilla, resume de forma precisa los males que aquejan a su partido: «Nos hemos dejado llevar por una minoría de intelectuales que han querido que el PSC encabezara un movimiento nacional frente a España. Esa minoría quería demostrarles a los nacionalistas de CiU que el PSC podía lograr más cosas del Gobierno central que ellos y, para lograrlo, han metido a la sociedad en un debate de identidad que ha orillado las políticas progresistas o que las ha hecho menos visibles para los ciudadanos y, en especial, para nuestros votantes».

Por mucho que ahora Montilla se empeñe en decir en todos sus mítines que él no apoyará nunca un referéndum por la independencia, ya es demasiado tarde.

Durante siete largos y turbulentos años, el PSC ha hecho bandera de un Estatuto que ni Pujol se hubiera atrevido a plantear cuando dirigía los destinos de Cataluña. Se les ha dicho a los ciudadanos de Cataluña que sus aspiraciones de desarrollo y de bienestar estaban restringidas por las ataduras con España. Que había llegado el momento de desplegar las alas y volar sin el lastre de la retrógrada España.

No contento con ello, el PSC se involucró en una campaña de desprestigio del Tribunal Constitucional, llegando al punto de que el propio presidente de la Generalitat cuestionara públicamente su legitimidad.

Fue un error de bulto promover y asistir a una manifestación en protesta por la sentencia del TC que sólo beneficiaba a los independentistas. ¿Cómo justificar ante las bases socialistas que, mientras desde el Gobierno socialista de España se decía que la sentencia dejaba indemne la esencia del Estatuto, el presidente socialista de la Generalitat encabezase un movimiento social contra esa misma sentencia bajo la excusa de que mutilaba aspectos esenciales del texto?

Con esa política atolondrada y seguidista de los postulados nacionalistas, el PSC lo único que ha generado es frustración en la ciudadanía de Cataluña. En lugar de estar satisfechos y orgullosos por un Estatuto que llega hasta el límite del autogobierno y que supone mejoras incuestionables desde el punto de vista financiero, lo que les han transmitido desde el PSC a los ciudadanos de Cataluña es que, una vez más, la mezquindad de Madrid ha impedido llevar a la práctica los deseos de la mayoría del pueblo catalán.

¿Cómo asombrarse después de todo este embrollo absurdo que más de la mitad de la población no tenga pensado ir a votar el próximo día 28?

Pero, como no hay peor ciego que el que no quiere ver, Montilla atribuye esa muestra de hastío y desafección ciudadana a la «madurez democrática».

El PSC saldrá escaldado en estas elecciones por merecimientos propios y deberá pasar a la oposición, «al menos por ocho años», apunta mi interlocutor.

El partido que renunció a su esencia, a su identidad por arrebatarle el poder a CiU, creando un gobierno en el que ha sido ERC el que ha marcado la pauta, ahora apenas tiene margen de maniobra para rectificar sus errores.

No puede hacer campaña basando su discurso en más soberanía, porque ahí le van a ganar siempre CiU y ERC.

Y ahora tampoco puede sacar pecho de las políticas sociales, porque el Gobierno de España (socialista) ha aplicado unos recortes que afectan, sobre todo, a los votantes socialistas.

¿Qué le queda entonces al PSC? Evitar una derrota humillante.

«Si logramos entre 33 y 36 escaños, salvamos la cara y, además, ese resultado serviría para bajarle los humos a CiU», reconoce mi fuente.

Pero, si el PSC cae por debajo de los 30 escaños, como apuntan la mayoría de las encuestas (menos, insisto, el oportunísimo sondeo del CIS), entonces habrá llegado la hora de la rectificación en profundidad, de la asunción de responsabilidades. En ese escenario, Montilla no tendría más remedio que presentar la dimisión de sus responsabilidades al frente del PSC.

Sí. Por lamentable que parezca, CiU ganará las elecciones del 28-N no por méritos propios (parece mentira que la corrupción no le haya pasado mayor factura), sino por los graves, imperdonables errores ajenos.

El semillero de votos, la clave de las victorias del PSOE, Cataluña, puede convertirse el 28-N en el principio del fin de la hegemonía socialista en España.

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