miércoles, 24 de noviembre de 2010

Peras al olmo

Julio Anguita (El Economista)

Tema: Economía

Causa extrañeza la desazón y el desencanto con que bastantes medios de comunicación han recibido y expuesto al público los paupérrimos resultados del G-20 que se ha celebrado en Seúl.

¿Qué se esperaba? ¿Podrían acaso los mandatarios reunidos en esa cumbre hacer algo más que constatar el aumento de los desequilibrios económicos, el encarecimiento de las materias y la continuidad de la guerra comercial?

Hace décadas que sus antecesores dejaron cabalgar sin freno a la economía internacionalizada, resignaron sus capacidades legales y sus poderes políticos en favor del libre mercado, la competencia y la iniciativa privada. Y de tal manera esto ha sido así que en la corta experiencia del G-20 todavía no se han tomado decisiones operativas y aplicadas en lo concreto.

La denominación de mandatarios en la segunda acepción del diccionario de la Real Academia Española les viene como anillo al dedo. No representan a sus pueblos, sino a los intereses parcializados y territorializados del poder económico-financiero.

¿Hasta cuándo la incertidumbre? ¿Cómo es posible que sólo se confíe en señales, variables, síntomas y estadísticas que únicamente manifiestan los resultados de acciones humanas tomadas en centros de poder extra-políticos? Subidos en un vehículo que no controlan -porque ideológicamente así lo aceptaron-, no tienen otra opción que acelerar permanentemente y así evitar la caída. Están, tal y como reseña el economista Pedro Montes, entre la catástrofe y el caos. Y nosotros también, como consecuencia de sus acciones y omisiones.

A uno le gustaría lanzar dos preguntas a tan encumbrado cónclave: ¿la Ciencia Económica es un fin en sí misma o está al servicio de otro más elevado? ¿Consideran si el concepto Biosfera subsume la Economía o, al contrario, ésta determina y engloba a aquélla?

Creer que el actual G-20 puede tomar decisiones que orienten la guerra de las economías gubernamentales hacia territorios de cooperación internacional es pedir peras al olmo; tanto al sistema, como a sus bucelarios.

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