miércoles, 24 de noviembre de 2010

“¿Y quién diablos va a leer el segundo párrafo?”

Ángel Gabilondo (El País)

Tema: Educación

En la película de Billy Wilder Primera plana (1976), el reportero Hildy Johnson redacta una noticia y olvida mencionar en la entradilla que se trata de una exclusiva que ha descubierto su propio periódico. Su jefe, Walter Burns, le recrimina que haya desplazado texto abajo el importante dato. Y lo hace con una frase que es ya de referencia: “¿Y quién diablos va a leer el segundo párrafo?”.

Desde la década de los setenta, los retos y las circunstancias han cambiado mucho, y Primera plana es una película centrada en los aspectos menos edificantes de los medios de comunicación, como la tendencia a la manipulación o el sensacionalismo. Sin embargo, aunque le pesase saberlo al director Burns, su frase sigue estando vigente porque la historia de estos medios ha sido y aún es la de una lucha permanente por que la sociedad lea, escuche o vea más, más allá del primer párrafo y más allá de las primeras impresiones. La del periodismo (al menos del buen periodismo) es una batalla para que todos lleguemos al fondo de las cuestiones y comprendamos incluso aquello que no es cómodo para ninguno de nosotros. No es fácil decir sencillamente sin simplificar. Pero de eso se trata.

Cada vez se hace más necesario leer más allá del titular. Vivimos en un mundo crecientemente complejo y globalizado, donde supuestamente priman valores colectivos, universales, y donde las circunstancias personales se encuentran gradualmente más entrelazadas con un entorno antes lejano. Una crisis financiera se origina en mercados internacionales y en grandes corporaciones extranjeras, pero termina introduciéndose en el hogar y en la economía real de cada casa. Por eso hay que estar cada vez más pendientes del contexto. Y del texto (léase imagen, o archivo de audio, o bit) que lo describe, o lo recrea.

Lo mejor que los medios pueden hacer por el mundo es explicarlo y comprenderlo, relatarnos sus avances y descubrirnos sus aspectos menos evidentes, llamándonos la atención cuando se dé la espalda a realidades que no son agradables. Los periodistas están llamados a ofrecernos, más allá de lo que se nos quiere contar, su mirada crítica. Para descifrar hay que escuchar. Y mucho. Esta es la esencia de su labor, y necesitamos de su generosidad, de su sacrificio y de su buen hacer diario para procurar tal espíritu. Cuando la sociedad no es crítica, cuando se desconoce qué cabe ofrecerse y exigirse, no existe una verdadera democracia. Y esta tarea nos implica a todos.

Se ha debatido mucho sobre las auténticas responsabilidades de los medios. No faltan quienes dudan de que la prensa tenga en realidad la obligación de participar en la tarea de educar, pero es incontestable que educación y comunicación confluyen una y otra vez. Sin comunicación no hay educación. Y quizá en cierto modo pueda decirse que sin educación no hay verdadera comunicación. La comunicación, no la mala propaganda, es clave para la adecuada participación.

En las escuelas, universidades y centros formativos pervive la cuestión abierta de qué es educar. Y la respuesta no es significativamente distinta. Podemos reducir la tarea de los profesores a la mera transmisión de información, pero los buenos maestros saben que además de ello deben enseñar a pensar, a realizar preguntas, a valorar, a tomar posición, a hacer crecer con aportaciones propias esa información que han recibido. Esto es, deben alentar a los estudiantes a pasar del primer párrafo educativo que se les ofrece y, si es posible, a ser capaces de mejorarlo, de continuarlo o de escribir el propio. Leer de verdad es reescribir.

Celebramos el bicentenario de la libertad de imprenta en España. Es una fiesta de la libre expresión y del libre pensamiento. Una iniciativa como El País de los Estudiantes, que ahora cumple diez años, es un buen modo también de celebrarlo. En ella confluyen dos planos igualmente necesarios: se enseña a los estudiantes a hacer su publicación, adquiriendo competencias como el trabajo en equipo, pero también se les enseña a conocer los intereses que pueden tener los medios, las presiones que afrontan y lo mucho que cuesta garantizar contenidos de calidad, variados y plurales. El resultado es que los participantes aprenden a valorar mejor, más críticamente, la información que reciben cada día. Y a discernir, y a elegir, y a preferir. Una vez más, el buen conocimiento comporta competencias y valores.

El sistema educativo tiene la obligación de colaborar para mostrar que la información de calidad es necesaria y difícil. El buen periodismo es siempre un esfuerzo por llegar al fondo y aún más allá, o más acá. Forma parte de nuestro Estado de bienestar como lo son la igualdad de trato ante la ley o el derecho a la atención sanitaria. No consintamos que se debilite o desvirtúe.

Toda la comunidad educativa realiza numerosas actividades para concienciar a los estudiantes de la importancia del periodismo y para aprender a reconocer y valorar el trabajo bien hecho. El Ministerio de Educación otorga los Premios Nacionales de Fomento de la Lectura de la Prensa Escrita y lleva años elaborando materiales didácticos que ayuden a niños y jóvenes a entender cómo deben acercarse a los medios e interpretar el mundo. Los ciudadanos somos conscientes de la labor decisiva de los medios para la educación, recordando que con ello se propicia también la formación como derecho irrenunciable para todos.

En estos tiempos de crisis económica, la tentación de ofrecer panoramas negativos sobre la educación es muy frecuente, e incluso hemos escuchado voces que hablan de la formación como una opción inútil para encontrar empleo y para lograr el bienestar personal y social. La conclusión lógica de los estudiantes al recibir tales mensajes es que no merece la pena el esfuerzo de seguir estudiando. Pero es una conclusión errónea y nefasta. Si desalentamos a quienes se esfuerzan por formarse, si no esperamos de ellos, no esperarán de nosotros. Ni responderán.

La formación no garantiza sin más un buen puesto de trabajo en contextos de crisis, es cierto. Pero también lo es que una persona con formación tiene mayores oportunidades de encontrar empleo y un mejor empleo. Según reflejan los datos del INE, de los 4,1 millones de parados que existían en España en 2009, los egresados universitarios representaban solo un 10%, y ese porcentaje es un 5% inferior que el del año 2005. Es decir, que el número de parados universitarios ha aumentado en los últimos meses en cifras absolutas porque lo ha hecho el paro en general, pero en valores relativos las personas con enseñanza superior están cada vez menos expuestas que las demás al desempleo. También la formación profesional reduce un 25% las posibilidades de estar desempleado, según un reciente informe elaborado por el Ayuntamiento de Barcelona.

Pueden criticarse aspectos del sistema educativo actual, pueden ofrecerse cifras negativas, pero también hay datos importantes de éxito y deben conocerlos los estudiantes para no tomar la decisión equivocada de abandonar en momentos adversos. Y hay otros datos igualmente alentadores, como que las diferencias de remuneración y de posibilidades entre hombres y mujeres se reducen cuanto mayor es el nivel de formación: una mujer con estudios primarios puede llegar a ganar un 62% de lo que obtienen sus colegas masculinos, mientras una licenciada gana al menos el 75%. Alentadores, aunque aún insuficientes. Y, aún más decisivo, la educación es clave para el desarrollo personal y tiene un enorme valor civilizatorio.

Este es el mundo hacia el que vamos, y no está mucho más allá de 2020. La Comisión Europea y los Gobiernos han comenzado a hacer cálculos e informes para concluir que ya para entonces se valorarán crecientemente las competencias y las habilidades, el conocimiento de los idiomas, la iniciativa y el emprendimiento, la disposición a salir al extranjero, el adecuado desenvolvimiento intercultural. Viviremos en un mundo donde el 80% de los puestos de trabajo de la Unión Europea requerirán una cualificación media o alta, un mundo donde la demanda de personal con alta cualificación llegará a los 16 millones de personas.

Muchos de esos puestos de trabajo de elevada cualificación que se requerirán todavía no existen, pero estarán probablemente vinculados al empleo verde (energía y sostenibilidad), al empleo blanco (cuidados sanitarios y dependencia) y al empleo azul (desarrollo tecnológico). La formación profesional, que también se ofrece como educación superior, es fundamental para trasladar al ámbito educativo las nuevas necesidades del mundo laboral y las nuevas demandas sociales.

El Plan de Acción 2010-2011 en materia educativa, ya en marcha, vertebra toda la estrategia del Gobierno en el ámbito de la formación, incluye varias medidas que inciden en tareas aquí señaladas. Dentro del objetivo centrado en lograr el éxito educativo de todos los estudiantes se incluye la firma de convenios y acuerdos con medios de comunicación para que incluyan en sus programaciones espacios de formación en comprensión lectora. El objetivo relativo a la convivencia y a la educación en valores recoge la necesidad de impulsar medidas que favorezcan los procesos democráticos y participativos, en especial mediante la implicación de las familias y de los medios de comunicación en el apoyo al trabajo del profesorado.

Conscientes de la importancia de los medios de comunicación, hemos de reconocer el alcance de su tarea educativa. Mirada crítica, contexto, fondo, conciencia social, desbordan los límites de una frase. Periodistas y responsables educativos compartimos esos objetivos básicos y sabemos que los siguientes párrafos, las miradas de más alcance, son fundamentales para conseguirlo. Recordemos juntos lo necesario que es formarse para saber leerlos y no quedarse en la fuerza de los titulares, consignas o eslóganes, sino buscar conjuntamente, mediante la reflexión y el análisis, lo que nos acompaña a decidir, a vivir. La lectura del periódico nos abre a los otros y nos saca del limitado horizonte de nuestras impresiones inmediatas. Y para enseñar a leerlo, nada mejor que la experiencia de aprender a escribirlo.

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