miércoles, 24 de noviembre de 2010

Los palestinos, élite en Honduras. La comunidad árabe cristiana que empezó a emigrar en 1840 ha llegado a dominar la economía del país

Tomás Alcoverro (La Vanguardia)

Tema: Honduras
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Los hondureños levantan cada mañana los ojos para escrutar el cielo con el miedo de que la tormenta pueda convertirse en huracán. Los huracanes son tan apocalípticos que se han transformado en agentes que precipitan la historia de esta república centroamericana, como el huracán Mitch de 1998. Por suerte, el Matthew de hace unas semanas transcurrió sin dejar a su paso devastaciones enormes. Puentes, carreteras, pueblos y barrios de ciudades, que aquí llaman colonias, se desmoronan bajo la fuerza de los huracanes.

Los hondureños viven entre este pánico, siempre latente, y el miedo de asesinatos, crímenes, robos y violentos expolios que cada vez provocan innumerables muertos en este país. San Pedro de Sula, la gran ciudad portuaria del norte, es aún más peligrosa que Tegucigalpa. Los criminales de estas bandas de hombres y adolescentes, llamadas maras, matan para robar un arma, un teléfono portátil, un automóvil, e incluso asesinan a pleno sol a albañiles encaramados en andamios de una casa en construcción para quitarles el jornal.

Nadie es capaz de remediar esta situación, ni el Gobierno del presidente Porfirio Lobo, ni la Iglesia católica ni las pujantes comunidades evangélicas, con sus programas de reinserción social. Lobo, además, aún se enfrenta con las consecuencias del golpe de Estado del año pasado contra el presidente Zelaya ya que los partidarios del derrocado político han constituido una poderosa resistencia con la que el jefe del Estado trata de negociar.

Honduras es una nación extensa de ciento doce mil kilómetros cuadrados, poco poblada, con sólo siete millones de habitantes, y una impotente fuerza policial de diecisiete mil agentes. Es lástima que debido a la omnipresente criminalidad sea casi imposible hacer turismo si no es en las islas de la Bahía, como Roatan, que presume ser la isla de uno de los legendarios capitanes piratas del Caribe. Me desaconsejaron visitar Comayagua –la antigua capital colonial– e incluso los vestigios mayas de Copán.

En esta república bananera vive una importante comunidad árabe, palestina predominantemente de rito griego ortodoxo, procedente de los pueblos cristianos de Belén, Beit Yala, Beit Sahur, de las tierras de Cisjordania. Empezaron a emigrar a partir de 1840, cuando todavía eran súbditos del imperio otomano, por lo que aún a veces los llaman turcos, y especialmente desde 1940. Eran buhoneros, pequeños comerciantes que al principio se establecieron a la sombra de las grandes compañías estadounidenses de explotación, instalándose sobre todo en la costa norte, en San Pedro de Sula, donde fundaron el Club Árabe Hondureño.

Tenían por costumbre regresar a Palestina a la hora de buscar esposa y volvían ya casados. A consecuencia de la guerra de 1948 y de la fundación del Estado de Israel, estos árabes que mantenían viva una ideología de migración permanente, pese a ser muy celosos de su éxito comercial, se arraigaron, encontrando aquí su tierra prometida. Según algunos estudios publicados en 1989, hay 175.000 hondureños de origen palestino, aunque esta cifra es exagerada. Se han ido confundiendo con la población local, occidentalizando, a veces, sus nombres, y adaptándose a su estilo de vida.

En la década de los ochenta sus más descollantes familias –Facuse, uno de cuyos miembros fue presidente de la república entre 1984 y 1990; Kafati, Katan, Larach, Hasbun...– constituyeron el grupo más poderoso de la economía nacional. Empresarios, estancieros, hombres de negocios, ejercen también una fuerte influencia política.

En un almuerzo del embajador de España, Ignacio Rupérez, antes embajador en Bagdad, asistieron varios ciudadanos de origen palestino, entre los que había ex ministros y ex embajadores, pertenecientes a la élite local. A menudo han dejado de hablar en árabe, pero no se han desvinculado completamente de su origen oriental. En el almuerzo –en un día tenebroso, en el que los hondureños temían los estragos de un nuevo huracán–, los comensales disentían como todos los habitantes de esta república a la hora de evaluar lo ocurrido el año pasado, que unos calificaban de golpe de Estado y otros de evolución constitucional.

En Honduras siguen pendientes de las catástrofes naturales, de los crímenes callejeros diarios que canales de televisión y periódicos exhiben con sus morbosas imágenes sangrientas, así como de la suerte de la honda crisis política que se convirtió además en rompecabezas diplomático internacional.

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