domingo, 7 de noviembre de 2010

El otro fin de la historia

Xavier Batalla (La Vanguardia)

Tema: Historia

La creencia de que la historia humana es un proceso que tiene un fin predeterminado es arriesgada. Hay una palabra griega, telos, que significa fin, término que sirve tanto para señalar el momento en que acaba un proceso como para indicar el propósito por el que alguien justifica este proceso. La primera acepción es la que empleó Francis Fukuyama para anunciar el fin de la historia. La segunda es la preferida por quienes consideran que la historia tiene un objetivo predeterminado.

Pirro, rey de Epiro, fue de los primeros en comprobar que la historia es un proceso aleatorio por el que los acontecimientos se encadenan. La historia, por ejemplo, está plagada de victorias engañosas para los que se creyeron ganadores. Pirro derrotó al imperio romano pero lo pagó tan caro –miles de sus hombres– que se cuenta que dijo: “Otra victoria como esta y volveré solo a casa”. De ahí lo de una victoria pírrica, en la que el aparente vencedor no gana.

Los dos acontecimientos que introdujeron al mundo en la edad moderna surgieron de una victoria pírrica. Fue en 1759, cuando los británicos se anotaron diversas victorias, entre ellas una en Quebec, donde los franceses fueron derrotados por James Wolfe. Pero esta victoria fue pírrica. La derrota francesa fue doble, ya que también multiplicó las deudas del Estado, lo que influyó en el estallido revolucionario de treinta años después. Pero la victoria resultó cara para Gran Bretaña. El esfuerzo fue grande, por lo que Londres aumentó los impuestos a los colonos norteamericanos, quienes, descontentos, optaron por la independencia de Estados Unidos.

La historia no acabó aquí. La derrota alemana en 1918 fue una victoria aliada pírrica. El conflicto acabó con la imposición de unas vengativas reparaciones de guerra que allanaron el camino hacia la Segunda Guerra Mundial. ¿Quién fue el vencedor? John Maynard Keynes, miembro de la delegación británica en Versalles, quien pronosticó que las condiciones impuestas a Alemania conducirían a otro conflicto. Y así fue.

El ataque japonés contra Pearl Harbor provocó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, aunque aquel día Japón se anotó una victoria pírrica, ya que comenzó a perder la guerra. Tokio estaba convencido de que si causaba fuertes pérdidas en Pearl Harbor, Washington negociaría. Pero Yesoroku Yamamoto, artífice del ataque y conocedor del poderío industrial estadounidense, había dicho al general Hideki Tojo que la agresión despertaría al gigante y Japón no ganaría la guerra contra Estados Unidos. Y así fue.

La Unión Soviética se hundió en Afganistán, donde la victoria de los guerrilleros musulmanes fue saludada con satisfacción por Estados Unidos. Pero la victoria, consumada gracias al apoyo estadounidense, fue un tanto pírrica visto lo que ocurrió después. Los muyahidines se pelearon entre ellos, lo que dio la victoria a los talibanes. A continuación, el régimen talibán dio refugio a Osama bin Laden. Y los neoconservadores declararon entonces la guerra global contra el terrorismo. Los primeros tiros se dieron en Afganistán y después en Iraq. Y en los dos casos se cantó victoria. Pero las victorias no tardaron en demostrarse pírricas. Primero, porque la guerra contra el terrorismo no ha sido capaz de cambiar Oriente Medio. Y segundo, porque las consecuencias han sido lo contrario de lo pretendido: Irán ha crecido y Al Qaeda continúa golpeando.

El mundo ha cambiado mientras Estados Unidos libraba dos guerras que le han venido grandes. Es más: con la crisis financiera y económica a cuestas y el empuje de otros gigantes, la superpotencia que el francés Hubert Vedrine calificó de “hiperpotencia” se ha transformado en lo que Michael Mandelbaum considera una “superpotencia frugal” por su pérdida de poder (The frugal superpower, 2010).Y el resultado de este proceso tal vez sea la tentación de un nuevo aislacionismo. Antes de la debacle electoral sufrida por Barack Obama el pasado martes, Christopher Dickey, convencido del avance republicano, escribió en Newsweek que “la apatía es probable que domine la política exterior después de noviembre”.

Danielle Pletka, del neoconservador American Enterprise Institute, se lamenta del creciente desinterés americano en la defensa de la libertad en el mundo. Y Robert Reich, secretario con Bill Clinton, culpa al Tea Party y a los sindicatos por fomentar el proteccionismo. Es decir, esta historia ha sido un proceso plagado de victorias engañosas. Según los sondeos, el 3% cree que el problema es Afganistán; el 60%, la economía. Los americanos ya no se despiertan preguntando dónde está Bin Laden.

- Victorias que fueron demasiado caras.

William Pitt el Viejo fue encargado por el rey Jorge II de formar gobierno en Gran Bretaña al estallar la guerra de los Siete Años con Francia (1756-63), que en Norteamérica se conoció por la guerra francesa e india. Los británicos derrotaron a los franceses, pero se trató de una victoria pírrica. El esfuerzo económico en Norteamérica fue tan grande que Jorge III aumentó después la presión fiscal sobre los colonos, que optaron por la rebelión y la independencia de Estados Unidos.

La derrota alemana en la Primera Guerra Mundial resultó ser una victoria aliada pírrica. El conflicto acabó con un tratado de paz que los alemanes consideraron un diktat por la dureza de los vencedores, que aprobaron unas vengativas reparaciones de guerra que allanaron el camino hacia la Segunda Guerra Mundial. ¿Quién resultó ser el vencedor? John Maynard Keynes, que afirmó que las condiciones impuestas a Alemania provocarían otro conflicto. Y así fue.

El 7 de junio de 1941, Japón atacó Pearl Harbor y cantó victoria. Tokio estaba convencido de que si causaba fuertes pérdidas en Pearl Harbor, Washington negociaría. Pero se equivocó. La victoria fue pírrica, ya que entonces comenzó a perder la guerra, no a ganarla. Yesoroku Yamamoto, el arquitecto del ataque y conocedor del poderío industrial estadounidense, había informado al general Hideki Tojo de que el ataque despertaría al gigante y que Japón no podría ganar la guerra a Estados Unidos.

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