sábado, 13 de noviembre de 2010

Primer asalto contra Cameron. Protesta masiva de estudiantes en Londres y huelgas en el metro y la BBC

Rafael Ramos (La Vanguardia)

Tema: Reino Unido

El recorte presupuestario británico.

Comparados con los franceses o los griegos, los estudiantes británicos son unas auténticas hermanitas de la caridad. Pero la decisión del Gobierno de recortar el presupuesto de educación y permitir a las universidades que tripliquen el coste de las matrículas ha provocado en Londres enfrentamientos con la policía y escenas de violencia que los nativos de estas islas asociaban hasta ahora con Atenas, Barcelona o París.

Lo cierto es que la paciencia tiene un límite, y también la flema inglesa –sobre todo en su versión más juvenil–, máxime cuando el anuncio de los mayores recortes de gasto público en 70 años y la eliminación de doscientos mil puestos de funcionario (con la excusa de ahorrar) ha ido acompañado por la entrada en nómina de Downing Street de los estilistas, fotógrafos y asesores personales de imagen de David y Samantha Cameron, que van a percibir sueldos de hasta cien mil euros anuales a cargo del contribuyente. Incluso la prensa más de derechas –Daily Mail, Daily Telegraph, Daily Express– ha puesto el grito en el cielo.

Los británicos son un pueblo sufridor casi hasta el punto del masoquismo, con una admirable capacidad para aguantar todos los chaparrones que les caigan encima, que comprende la conveniencia de que el Estado ajuste los ingresos y gastos de su presupuesto como cualquier familia (aunque la comparación no es necesariamente válida), raramente se rebela y está dispuesto a apretarse el cinturón. Pero esa capacidad de sufrimiento puesta a prueba por la Luftwafe en el blitz de la Segunda Guerra Mundial va acompañada de un sentido del fair play como existe en pocos otros países. Y que el primer ministro pague semejantes salarios a los responsables de cuidar su imagen personal y la de su mujer, al mismo tiempo que sus políticas cuestan el trabajo a cientos de miles de compatriotas, ha dado mucho que pensar.

Aún es pronto para saber si el Reino Unido vivirá en los próximos meses un invierno del descontento como el de 1978-79, cuando una serie de huelgas provocaron el caos y al final costaron el gobierno a los laboristas de James Callaghan, abriendo de par en par las puertas a Margaret Thatcher. Pero en cualquier caso los aperitivos ya están siendo servidos en el gran banquete de la política con las protestas de los estudiantes y los trabajadores del metro de Londres y los periodistas de la BBC, a quienes se pretende recortar las pensiones (los bomberos también anunciaron un paro, pero lo suspendieron en el último momento por razones de seguridad pública).

Los líderes estudiantiles aseguran que su protesta fue “secuestrada” por grupos antisistema interesados en fomentar el caos y que son responsables de la violencia, pero en cualquier caso la movilización masiva y la virulencia de su disgusto pilló por sorpresa al Gobierno, que está a cargo del viceprimer ministro, Nick Clegg, con David Cameron de viaje oficial a China e India. Y en este detalle hay un cierto aderezo de justicia poética, ya que los liberaldemócratas (el partido de Clegg) hicieron campaña en contra del aumento de las matrículas, tan sólo para aceptar el punto de vista de los conservadores una vez en el poder.

Estudiantes (o jóvenes antisistema infiltrados entre ellos) prendieron fuego a carteles, rompieron cristales de vehículos y desbordaron a las fuerzas de seguridad para penetrar en la sede del Partido Conservador en Westminster, subieron a la azotea y desde allí arrojaron líquidos y objetos a la calle. En los alrededores del rascacielos de oficinas conocido como Millbank Tower, a orillas del Támesis, se registró una batalla campal en la que grupos de manifestantes tiraron piedras y botellas a la policía. Esta madrugada la cifra de detenciones era ya de 35, aunque las autoridades no descartaban que esa cifra aumentara, y al menos 15 personas tuvieron que recibir asistencia médica, entre ellos dos policías, por heridas leves.

Unos 50.000 estudiantes –y profesores– procedentes de Inglaterra y Gales se concentraron en Londres para la protesta, después de que el Gobierno autorizara a las universidades a cobrar hasta más de 10.000 euros anuales por la matrícula, cuando hasta ahora el tope eran 3.500 euros, con el consiguiente temor de que se fomente aún más el elitismo en la educación superior.

- Opio, contratos y derechos humanos. En su primera visita a China, Cameron prima el comercio y pasa de puntillas sobre el encarcelamiento del Nobel Xiaobo.

Mientras los estudiantes británicos se peleaban con la policía y tomaban al asalto la azotea de la sede del Partido Conservador ante las cámaras de televisión de todo el mundo, el primer ministro, David Cameron, hablaba en Pekín a los estudiantes chinos de libertad, democracia y la importancia de la moderación. En un mundo de comunicaciones instantáneas, no era el mejor momento para dar lecciones.

El poder es una sucesión interminable de dilemas, y el de Cameron en su visita a China ha sido si dar prioridad a la abogacía de los derechos humanos o al objetivo esencialmente comercial de un viaje concebido para aumentar las exportaciones británicas, y que ello redunde en la creación de empleos en el sector privado para compensar los que se suprimen en el público.

Se desconocen los detalles de las conversaciones entre Cameron y sus anfitriones, pero un portavoz ha asegurado que el premier “fue todo lo lejos que buenamente pudo” a la hora de mostrar su preocupación por el encarcelamiento del disidente Liu Xiaobo, Nobel de la Paz. Ya bastante se habían enfadado los chinos por el escaso tacto que tuvo la delegación de casi medio centenar de ministros y hombres de negocios británicos al llevar en la solapa de sus americanas una amapola, que aquí es un homenaje a los soldados caídos en combate, pero en China recuerda a las guerras del opio.

“Si a mí me resulta difícil dirigir a 60 millones de personas, imagino lo que debe ser llevar las riendas de 1.300 millones”, dijo en un intento de humor a los estudiantes de la Universidad Beida de Pekín, tras asegurar que entiende las diferencias culturales y de percepción entre ambos países, que no es el líder de una sociedad perfecta, entre cuyos problemas figuran la injusticia social y las crecientes diferencias entre ricos y pobres, y por consiguiente no pretende dar lecciones sobre moral, libertad y derechos humanos a nadie.

Cameron puso el énfasis en pedir a China que abra sus mercados –“el comercio libre está en nuestro ADN”, dijo– porque el imperio británico ha sido y es esencialmente mercantil, así que en el fondo el dilema fue de fácil solución. La recompensa: un contrato de casi mil millones de euros para que Rolls Royce venda 700 motores a los Airbus de China Airlines.

Un buen viaje de política exterior es el mejor bálsamo posible para los problemas internos, como saben los políticos desde tiempos inmemoriales. Si Obama se fue al subcontinente indio e Indonesia tras la humillación demócrata en las legislativas, Cameron está de misión comercial en China y la India cuando las protestas a los recortes presupuestarios empiezan a coger ímpetu. La huelga de la BBC contra el recorte de las pensiones ha provocado un cisma entre los 4.000 periodistas que se han sumado y algunas estrellas que han roto los piquetes. El ya de por sí caótico transporte público de Londres sufre una serie de paros laborales de los trabajadores del metro contra la supresión de 800 empleos y el intento de hacerles trabajar el día de San Esteban sin cobrar como fiesta. Los británicos son hombres y mujeres tranquilos, pero cada vez están más emprenyats.

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