sábado, 20 de noviembre de 2010

Irlanda paga el precio de su desmedida burbuja inmobiliaria. El sector de la construcción llegó a emplear a un tercio de la población activa

Rafael Ramos (La Vanguardia)

Tema: Irlanda

Antes de que el feroz tigre celta se convirtiera en un ordinario gatito doméstico, el precio por metro cuadrado en la Grafton Street de Dublín llegó a ser superior al de la Bond Street de Londres, los Campos Elíseos de París, la Quinta Avenida de Nueva York y Rodeo Drive de Los Ángeles. Semejante sobrevaloración de los bienes inmobiliarios trae a la memoria la enorme burbuja que se formó en Japón a finales de los años 80, cuando el valor inmobiliario del palacio Imperial de Tokio subió hasta superar el valor de todas las propiedades inmobiliarias de California, octava potencia económica. Ahora los irlandeses han entrado definitivamente en la historia mundial de la especulación por la que se adentraron primero los holandeses en el siglo XVII cuando se desató una manía compradora en torno a los bulbos de tulipán hasta el punto que un bulbo llegó a tener tanto valor como una granja.

Los irlandeses, ebrios por el valor artificialmente alto de sus propiedades y el crédito fácil a intereses ridículos, no sólo urbanizaron su propio país sino que casi parecía tonto aquel que no compraba aparcamientos en Sofía, chalets en las pistas de esquí rumanas o pisos en Praga y Budapest. La propiedad inmobiliaria parecía un valor tan seguro como el oro.

“Era rara la semana en que no te llamaban cuatro o cinco veces del banco para ofrecerte dinero”, dice Mary Fitzpatrick, gerente de unos grandes almacenes de la capital.

Hoy, con el país aferrándose a duras penas a su soberanía económica y resistiéndose con uñas y dientes a un rescate de las instituciones internacionales que parece inevitable, esa locura adquisitiva –junto con la imprudencia de los bancos– es vista como la causa principal de la humillación internacional de la orgullosa Irlanda. Vista desde el aire, la isla esmeralda es una sucesión de solares y edificios a medio construir. Hay un cuarto de millón de viviendas vacías o sin terminar, la mitad casas adosadas y chalets de vacaciones.

Los precios de casas y oficinas han descendido por término medio un 35% en los tres últimos años, aunque depende mucho de las regiones, y en algunas el porcentaje se eleva al 60%. Esa caída tiene un efecto multiplicador, porque se refleja en los activos de los bancos que concedieron las hipotecas con las propiedades como garantía, ya que en caso de impago tan sólo recuperarán una parte del valor nominal. Con un paro del 12,5% (30% entre los jóvenes) y la perspectiva de un recorte de hasta el 20% de empleos en el sector público, el número de insolvencias sólo puede aumentar. El severísimo plan de austeridad –que la UE quiere radicalizar todavía más– ha reducido el consumo y sumergido al país en una segunda recesión. La posible subida del impuesto sobre los beneficios empresariales (ahora del 12,5%) como condición al rescate reduciría las inversiones extranjeras (las empresas norteamericanas utilizan Irlanda como una especie de paraíso fiscal respetable, una irregularidad que Alemania quiere corregir). El panorama es negrísimo, se mire por donde se mire.

El sector de la construcción constituye un 14% de la riqueza del país, un porcentaje superior al de España, y hasta hace poco empleaba a una tercera parte de la fuerza laboral, incluidos cientos de miles de inmigrantes polacos y de Europa del Este que en buena parte han regresado a sus países de origen. Desde el 2000 se construyeron cada año 75.000 nuevas unidades comerciales o residenciales, sobre todo en el área metropolitana de Dublín (que tiene la renta per cápita y los sueldos más altos) y en zonas de vacaciones.

“Desde la entrada del euro, conforme el empleo y los ingresos aumentaron, el valor de la propiedad inmobiliaria empezó a subir –explica el economista Gareth O'Riordan–. Se construyó más y ello generó todavía más trabajo en un efecto multiplicador. Se elevó el valor de los activos y garantías subsidiarias de las instituciones de crédito, y la percepción de riesgo disminuyó proporcionalmente. Se construyó todavía más, debido a todos esos factores y a incentivos fiscales del gobierno para alimentar la demanda doméstica y conceder favores a empresarios amigos. Dado que el mercado irlandés es relativamente pequeño, el precio de pisos y oficinas se hinchó artificialmente por lo menos un 25%,a pesar de que en algunas localidades no existían infraestructuras de transporte y servicios públicos. Con rendimientos de por lo menos el 4% en las viviendas para alquilar, el país entero especuló y especuló.

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