viernes, 26 de noviembre de 2010

La sintonía emocional: palatales y corbatas

Joana Bonet (La Vanguardia)

Tema: Elecciones

En un mundo caracterizado por la omnipresencia de la imagen, la voz sigue siendo el elemento previo que condiciona cómo nos perciben los otros. Si cerramos los ojos mientras escuchamos cómo debaten los candidatos en TV3 o cómo exponen sus argumentos en los mítines, su voz marca la imagen mental que nos hacemos de cada uno de ellos. Con los ojos abiertos, el segundo marco referencial es el rostro y la ropa que, más allá de ser un elemento funcional o una forma de expresión, ejerce como elemento de comunicación. El traje moderno es práctico, digno y sobrio; ese destacado logro moral de la burguesía del siglo XIX, como sostenía Roland Barthes.

Barthes, que analizó la moda como un sistema semiológico, también señalaba un aspecto muy interesante referido al dandismo: inocular un toque de él a la imagen equivale a matarlo, condenado como está a ser radical o a no ser. En el caso de los candidatos a las elecciones, la prenda que confiere singularidad suele limitarse a la corbata –atrevido Montilla con un rojo cardenalicio en el debate televisivo, y moderno, a la italiana, Mas, con rombos grises y blancos–. ¿Pero de verdad tiene importancia la corbata que llevaba Mas o su ausencia en Joan Herrera, el único, junto a Alicia Sánchez-Camacho, con el primer botón de la camisa desabrochado?

Ideología y estética conforman una pareja bien avenida. Mientras en Francia, Sarkozy no duda en declarar que viste Dior, en España la marca siempre ha sido tabú, no sólo por cuestión de bolsillo, sino por miedo a ser etiquetado de vanidoso o frívolo. “Mas tiene más sentido de estilo de lo que reconoce, Montilla viste como habla, sin altisonancias ni riesgo, pero con corrección”, opina Luis Sanz –cuarta generación de Santa Eulalia–. Y añade: “El estilo del catalán progre –camisas negras o berenjenas– está pasado de moda. En cuanto a Albert Rivera es quien transmite más moda, sin duda le ayuda su tipo. Herrera, con linos y algodones, es coherente con sus principios. Y Alicia Sánchez- Camacho, moderna y arriesgada, es una mujer con pantalones en todo el sentido de la expresión, a veces, eso sí, viste una talla menos”.

¿Hasta qué punto favorece la empatía con un electorado que reivindica un referéndum la voz grave y decidida así como el aspecto poco aburguesado de Puigcercós? En cuanto a Montilla, ¿no pronunciar bien las eses sonoras y convertir en ye la jota catalana se limita al gag, es un hándicap o, todo lo contrario, un ejemplo para la inmersión lingüística? Aunque asesores y estrategas de campaña, logopedas y spin doctors alienten a marcar puntos y a parte, a hablar despacio e incluso a diferenciar entre el tiempo sintagmático –habla– y el paradigmático –metalenguaje–, la seducción verbal y no verbal va en el lote del candidato como herramienta válida para alcanzar una sintonía emocional con el receptor. Ser diferente y pertenecer, a la vez, a una mayoría que nos estandariza es fundamental para lograr votos.

Si se confirmara que las mujeres prefieren las voces masculinas graves, el que se acerca más al canon Barry White es Puigcercós, eso sí, sin ronquera. Acaso en Mas se perciba más la guturalidad en su dicción clara y bien modulada, alargando las eses y dejando escapar algún falsete. Joan Herrera habla bajo y rápido, un tono más nasal que a pesar de su atropello es a veces dulce, y otras lacerante. Y Alicia Sánchez-Camacho muestra destreza dialéctica y su cercanía: pronuncia con claridad y a menudo su tono es más agradable que sus sintagmas programáticos.

La guturalidad y la gravedad, tanto en hombres como en mujeres, según aseguran los expertos, generan una ilusión de confianza, mientras que las voces agudas son interpretadas como más estables, fieles y cariñosas. Lo que vale en el amor vale en la política. En cuanto a la imagen, gana la buena hechura sin pretensiones de dandismo.

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