domingo, 14 de noviembre de 2010

Valientes, desnudos y sonrientes

Joana Bonet (La Vanguardia)

Tema: Elecciones

Mi padre siempre me decía que tenía que ser valiente. Nunca le pregunté qué quería decir, tal vez porque siempre preferí que prevaleciera el sentimiento de que ya nos entendíamos. O tal vez porque ni me atrevía a pensar qué entendía él por valentía; le gustaban las películas del Oeste, y al igual que mi abuelo había sufrido brutales accidentes en el campo. La gent valenta de la campaña de ERC me recuerda ese referente semántico, el elemento diferencial lingüístico del valent catalán, que tanto tiene de esfuerzo. De valent. Nada que ver con la gallardía épica sino con la praxis cotidiana: ir hacia delante, con testarudez y convicción, no tirar la toalla. Una idiosincrasia nacional poco sofisticada, traducida en vídeos de jóvenes luchadores con muebles de Ikea y camisetas de algodón gris. La gent valenta a quien se dirige Puigcercós no se deja amilanar por la incertidumbre y el paro. Ni por las desastrosas previsiones demoscópicas de su partido, que acepta con cara de póquer. Su lenguaje visual es sencillo, planer, lejos de estilismos plásticos, otorgando más protagonismo al mensaje subliminal de la bandera independentista que al candidato, que asoma detrás. En segundo plano emerge un Puigcercós que se mimetiza con el eslogan, un valiente que busca esa palabra mágica en elecciones llamada cercanía, que ha violado sus propios límites una vez superada la distancia física. Hoy el “de tú a tú” virtual reinstala de nuevo la ecuación de McLuhan: el medio es el mensaje.

“Las mutaciones políticas y culturales están a la vista de todos, pero sigue faltando, como hace un siglo, una paideia arreglada a las necesidades del nuevo orden igualitario que dote de estabilidad al demos que nace de él”, señala Javier Gomá en su libro Ejemplaridad pública. El autor parafrasea a Max Weber cuando señala que los valores “últimos y más sublimes” han desaparecido de la vida pública. La cuestión es cuáles son los sustitutos. En el buscador de Google existen más de 40 millones de entradas con la palabra valores en castellano. En un tiempo en el que la neurociencia examina a fondo la teoría del libre albedrío mientras se expande el yo liberal, a la vez que una oleada de conservadurismo inunda Europa, los nuevos valores se alimentan de los viejos, aunque nadie sabe a ciencia cierta cuáles son. La igualdad, solidaridad o multiculturalidad han sufrido un enorme desgaste en los últimos años. La vieja Europa, la Europa de los cafés de Steiner, se empeña ahora en reinterpretar el clasicismo. El camel se ha impuesto como el color de temporada, al igual que los cuadros y el cheviot. Tostados, marrones, tonos piedra como los que utiliza CiU en su web para representar la palabra valores. Leo la palabra canvis como acrónimo de cohesió, atur, nació, valors, innovació, sostenibilitat i institucions. Todo ello dentro de un huevo con una sonrisa, ese smile tan universal que fue popularizado primero por la cultura acid y posteriormente por los emoticonos. En las elecciones del 2008, el PSC ya utilizó la misma idea, eso sí, sin las comisuras que ahora CiU remarca, acaso como límites.

Mientras el optimismo, la simpatía y la tenacidad enmarcan el ideario de Convergencia i Unió, interiorizada ya la mentalidad del ganador, el PSC utiliza en su cartelería tres conceptos clave: justicia social, diálogo y progreso; tres viejas proclamas de la izquierda universal. En la sonrisa de Montilla se concentra el relato del hombre corriente que detesta mirar a cámara y subirse a un podio. Por ello el PSC ha recurrido a un fotógrafo muy particular: Román Yñan, quien define su trabajo como un diálogo con la realidad a través de un espacio cotidiano que es el suyo. Un auténtico diarista de la imagen, fascinado con los cableados eléctricos de las metrópolis asiáticas –al igual que García Alix–. “Mi obra es intimista y abierta a la vez”, afirma. Una máxima que definiría también la personalidad de quien sale como perdedor en el inicio de la campaña. El rostro de Montilla aparece en blanco y negro; su vestimenta, con un toque de color. Sin duda, la propuesta más vanguardista: un mix entre el virado y la foto pintada. Y una curiosa elección de colores: una camisa verde clínico cuando se habla de diálogo, una corbata verde botella cuando se habla de justicia social y la chaqueta azul con corbata estampada en blanco y negro, y el pin teñido de azul, cuando se habla de progreso. Además del poro abierto y de unas marcadas patas de gallo, otro rasgo que aporta cercanía, autenticidad y goce.

En el caso de Iniciativa, también ha habido una cuidada elección de la fotografía de campaña, lejos de los men in black norteamericanos pero con una imagen en blanco y negro y silueteada, al estilo de la revista Esquire, aunque sin exceso de photoshop: venas y arrugas en la mano que, junto a la ausencia de corbata, habla del hombre real. Por su parte, Ciutadans ha utilizado como fotógrafo de campaña a Joan Alsina, especializado en moda y desnudos, que ha fotografiado a Isabel Preysler o Armani. Albert Rivera vestido, sus socios desnudos. La provocación se invierte, pero sólo dentro del partido escindido en UPyD. En cuanto al cartel del PP: azul corporativo y blanco, tipografía de palo seco, todo muy convencional y Alicia Sánchez-Camacho con los brazos cruzados –¿no decían que ese era que un gesto a la defensiva?– y una bandera híbrida que sale de su cabeza. A excepción de esta propuesta más convencional, el cartelismo electoral catalán está a años luz del resto de España. La histórica sensibilidad por el diseño gráfico se percibe en la tipografía, la composición y el tratamiento del color. Pero de ningún modo el mensaje electoral sustituye a ese otro debate pendiente en Catalunya: el uso del espacio público, tanto físico como mental, ahora forrado de sonrisas, de valientes, de desnudos y de cambios.

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