sábado, 27 de noviembre de 2010

El desamparo

Enric Juliana (La Vanguardia)

Tema: Cultura

Hay que escuchar a Benedicto XVI y releer a Carlos Marx, ambos carolingios. El Papa es la voz del viejo orden moral, anacrónico para muchos, pero aún capaz de mantener una verdadera tensión con la pérdida de sentido del mundo. Cuando el eclipse de la prosperidad todo lo confunde, el viejo orden moral tiene algo que decir. Marx, carolingio de origen judío, sigue siendo el más descarnado relator del capitalismo en su año cero: esa fuerza imparable que crea y destruye sin obedecer a otro fin que a la aceleración en sí misma. Marx fue, además, un excelente cronista político.

Y hay que releer, también, a Pier Paolo Pasolini, el poeta del desarraigo en la Gran Aceleración de los años sesenta. Como tantos personajes de aquella época, Pasolini ha pasado de moda y apenas es recordado por su última y más escandalosa película (Saló), y por su muerte en la playa romana de Ostia (1975), apalizado por un joven prostituto que ahora declara no haber actuado solo. Misterios de Italia.

Pasolini nació en el seno de una familia católica con raíces en el Friuli, pequeña región campesina del norte, con habla propia (sus primeros versos fueron escritos en friuliano.) Perdió a un hermano en la Resistencia y fue apartado del Partido Comunista por su condición de homosexual. Escribió mucho y su sensibilidad se volcó en el tránsito de la vida campesina a los suburbios urbanos. Mientras la prensa, la televisión y el cine exaltaban las innegables mejoras materiales del desarrollismo, Pasolini escribía artículos y rodaba películas sobre el coste moral de esa transición. Idealizaba el alma popular, la inocencia perdida del campesino, sin ser un ruralista, ni adoptar la pose del reaccionario. Había en él rasgos del anticapitalismo católico –rastro religioso- cultural aún hoy palpable en Italia–, y a la vez participaba, como intelectual, de la aceleración del mundo. Conocía Catalunya. En 1964 escribió un poema sobre los barraquistas de Montjuïc, del que extraigo unos versos: “Antes de hacerse castellana / el alma debe aprender catalán / en un cuerpo andaluz / (...) Para quien trabaja de sol a sol / entre el andaluz y el catalán / no hay otra cosa que la mirada castellana /(...) Sol de Catalunya / Hornillo de Andalucía/ Garrote de Castilla (...) Hay que venir a España / para ver el silencio de un hombre / que no es un hombre”. 1964. (Se lo brindo al profesor Francesc de Carreras, que conoce bien aquella época, para que organice un fórum con los chicos de Ciutadans, después del buen resultado que van a obtener el domingo.)

Casi medio siglo después, las aspas del desarrollismo se han puesto a girar al revés. La gente sabe que no es un paréntesis y nadie está en condiciones de garantizar que el repliegue vaya a ser justo y ordenado. Ahí está el núcleo de la actual crisis de confianza en la política. Mobilis in mobili, decía el lema del capitán Nemo, el enigmático personaje de Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino. El inesperado movimiento en el interior del movimiento genera desconcierto y sensación de desamparo, sin posibilidad de regreso, al menos en Catalunya, al viejo orden campesino. Y Pasolini no está, ni se le espera, porque de haber aparecido muerto ayer en la playa de Ostia, su alma estaría siendo hoy triturada por la voraz Videología. Mobilis in mobili.

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