sábado, 27 de noviembre de 2010

España no es Irlanda… ¡Ya quisiera!

Gabriel Albiac (ABC)

Tema: Política

Hermann Tertsch los retrata como secta, en un desgarrado libelo que llama a combatir la humillada servidumbre bajo la cual nos domeñan. Sin demasiada esperanza, porque en España la secta de los políticos se ha dotado ya de tal blindaje que haría falta ser bastante más que ingenuo para soñar con ganarle alguna batalla, aunque fuera mínima. Pero es igual. De las pocas cosas que el paso del maldito tiempo va dejándole a uno, la más importante en lo moral puede que sea ésta: tan sólo es divertido dar las batallas perdidas.

No albergo la menor esperanza de ver ya otro horizonte político español que no sea éste. Me declaro derrotado, pero me niego a dejar de combatir, a llamar necios a los necios, ladrones a los ladrones… Y a expresarles a todos ellos mi rencorosa admiración por habérselas apañado para tomarme tan sabiamente el pelo —y, de paso, quedarse con más o menos la mitad de mis ingresos de estos años—, antes de, definitivamente, hundirme a mí, como a todos los que hemos tenido la dudosa fortuna de sufrir la España contemporánea, en la rigurosa ruina.

«España no es Irlanda», es la última memez con que la casta —o la secta, que dice Tertsch— ha dado para que todos nos quedemos tan contentos de chapotear en la miseria, mientras nuestros políticos practican el noble deporte de derrochar sin ton ni son el dinero que a otros tanto esfuerzo nos costó ir ganando. No tiene ni pajolera gracia. Uno hace un catálogo de titulaciones académicas de los ministros del Gobierno español y se le cae el alma al último círculo infernal del Dante. Estamos gobernados por gentes que, en la mayor parte de los países europeos, no serían admitidos como bedeles en un ministerio. Gentes sin titulación superior de ningún tipo. Gentes —es lo peor— que jamás tributaron a Hacienda por algo que no fuera su sueldo político. Inválidos intelectuales y anímicos.

«España no es Irlanda». Todo un hallazgo. Digno de cabezas tan ilustradas como las de Blanco, Pajín o Zapatero. Un hallazgo que envidiaría el Platón al cual le dio por inventar esa rareza a la cual los griegos —o sea, nosotros— llamaron filosofía: «que lo igual sólo se dice de lo distinto». No, claro que no somos iguales. ¡Ya quisiéramos! Hay una pequeñísima diferencia: lo de aquí es infinitamente más difícil de arreglar. Porque, bien que mal, Irlanda tiene un Estado. Uno. España, diecisiete. Con la demencial multiplicación de gasto público que eso arrastra. Cada uno de esos mini-estados que son las Autonomías posee su banco nacional, que administran los partidos políticos a su antojo: las Cajas de Ahorros. El resultado es un lastre de endeudamiento demencial. Que va incomparablemente más lejos del normal desastre que es, a escala mundial, la crisis.

No, en España salir de la crisis no es un problema económico. Lo es político. Exige cambiar de Constitución. Borrar la pesadilla autonómica. Tener un Estado. Normal. Un Estado que no exija triplicar los gastos funcionariales y atender a clientelas locales cuyos votos se compran a altísimo precio. Un Estado como el de todo el mundo; al menos, como el de todo el mundo que se dice civilizado. ¿Alguien cree de verdad que eso tan elemental, tan sencillo va a ser autorizado por la casta?

No hay comentarios:

Publicar un comentario