sábado, 27 de noviembre de 2010

Peor, imposible

José Antonio Zarzalejos (La Vanguardia)

Tema: Elecciones

La mejor noticia de la campaña electoral catalana es que está a punto de terminar. Acabará así un tiempo de frivolidad, improvisación y falsas expectativas. Justifico estos términos tan contundentes para no incurrir en lo que critico. La frivolidad la han aportado los contenidos de vídeos –ofensivos unos, chabacanos otros– que han acreditado el sospechado amateurismo en el marketing electoral de los partidos. Ni una sola versión audiovisual electoral se salva del naufragio: sea la orgásmica socialista, sea la seudopornográfica de Nebrera, sea la de la tosca historia de la España del latrocinio de CiU o sea el videojuego del PPC que virtualmente liquidaba independentistas e inmigrantes. La falta de respeto a la inteligencia del elector ha alcanzado niveles de auténtica grosería.

La improvisación la ha protagonizado con mucho mérito el PSC y el todavía president Montilla. Primero, cuando hace unos días –carente el discurso y el lugar de solemnidad y atrezo–lanzó el anuncio de que no volverá a presentarse. Un mensaje que se veía elaborado sobre la marcha pero con pretensiones de impactar. No alteró los pulsos a nadie. Segundo, cuando el mismo Montilla desafió a Mas a celebrar un debate cara a cara teniendo la obligación de saber que no era ya normativamente posible. Las juntas electorales –la de Barcelona y la Central, unánimes sus miembros– han puesto en evidencia una propuesta oportunista.

Las falsas expectativas las ha suscitado Mas al insistir en que la piedra angular de su gestión futura será conseguir para Catalunya un concierto económico. Él sabe –y no volvamos a repetir la triste historia de la frustración del Estatut– que para lograr el sistema de financiación del que disfrutan ahora el País Vasco y Navarra, hace falta una habilitación constitucional y estatutaria que no existe. De tal manera que el planteamiento de CiU en este punto es voluntarista. Es legítimo aspirar al concierto económico. Pero a condición de que se describa cuál es el camino para alcanzarlo: reformar la Constitución. Después, es preciso incrustar esa aspiración en la realidad económica y social del conjunto de España, que atraviesa por una situación crítica.

Frivolidad, improvisación y falsas expectativas en una campaña pedestre enfrentan al electorado a un dilema: votar o no hacerlo. Y en el primer caso, mantener la fidelidad de voto o cambiar su opción. Con las referencias del debate ofrecidas por los partidos –se llene o no el Palau con el PSC y con CiU–, es más fácil caer en una perplejidad paralizante que en la proactividad participativa.

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